Zaragoza fue ayer la fiesta del deporte. La ola, esa celebración multitudinaria y armónica que hace del estadio una danza tribal de máxima alegría, viajó del Príncipe Felipe a La Romareda con la fuerza de las emociones que sólo reserva el deporte en las citas importantes, cuando la temporada o el orgullo están en juego. El CAI necesitaba ganar para seguir vivo en su lucha por el ascenso a la ACB y el Real Zaragoza, para brindarle la Copa a una afición que ha sufrido una temporada difícil, un año de dura transición. Ambos, los grandes estandartes, cumplieron en un domingo de gloria, de felicidad aún incompleta, pero trufada de dulces promesas futuras. Como en el pasado todavía fresco en la memoria, cuando el fútbol y el baloncesto paseaban de la mano por las cumbres más altas, sin vértigos, sin penurias, con la cabeza alta y el respeto de sus rivales.

No fue un domingo cualquiera. La ciudad sintió el pálpito de dos aficiones que en realidad son una. La ola, emisaria de un maremoto por llegar, se elevó altiva en las gradas del pabellón, un mar rojo de gente fiel y entregada abrió sus corazones al CAI, que el próximo viernes intentará la remontada soñada en Granada. Esa misma ola transportó en su cresta a la afición zaragocista a un porvenir esperenzador con el triunfo de cierre de la Liga ante el Bar§a. Algo parece que se mueve.

No, no será fácil ganar el quinto encuentro en Granada, pero el CAI ha invertido todas sus ilusiones en un objetivo que hace una semana parecía imposible y, después de igualar la eliminatoria, viajará a Andalucía a recuperar la plaza ACB que perdió el Amway en la temporada 95-96 por causa de una prolongada y suicida gestión económica. Un nuevo equipo pero con el mismo espíritu de aquél, el de una ciudad enamorada hasta la médula del baloncesto que ha sufrido y sufre su exilio de la élite, de un reino del que fue fundadora en el curso 83-84, cuando la ACB vio la luz. El equipo de León Najnudel fue cuarto en la Liga y campeón de Copa ante el Barcelona (81-78) en el Palacio de los Deportes. No, no será fácil que el Real Zaragoza de la Recopa de París regrese con la púrpura de un príncipe de cuento, Nayim. Hace un año volvió del infierno después de llamar con insistencia a sus puertas. Ha logrado la permanencia, que era su objetivo prioritario, y bajo el brazo luce un título de brillo deslumbrante, un trofeo que estaba designado para la galaxia del Madrid pero que descansa plácidamente en los brazos de las vitrinas del club aragonés. La Sexta , la llaman, y alrededor de su órbita se quiere construir un proyecto ambicioso.

VESTIDO DE GALA Zaragoza comenzó a latir intensamente a la siete de la tarde, con el Príncipe Felipe vestido de gala de una hinchada explosiva y única que anima, que encesta, que ensordece el juego del enemigo hasta hacerle insoportable la presión. El CAI se marchó en el marcador desde el primer segundo y al Granada, siempre a su estela, le resultó imposible alcanzarlo. Una defensa espectacular en el primer cuarto impulsó a los jugadores de Alfred Julbe, que perdieron a Otis Hill, con cinco faltas, a 14 minutos del final. Sin el gigante de Nueva York, con el juego interior herido, a expensas de una obligada respuesta colectiva que se produjo sin fisuras en el ánimo ni en la muñeca, Ciorciari y Lescano acunaron la victoria en sus manos. Qué bueno que jugaron los argentinos en ese tramo que exigía un alto nivel de composición musical y de alma guerrera.

A las nueve de la noche, con la luz natural despidiéndose remolona y la artificial cayendo sobre La Romareda, el Real Zaragoza saltó al césped para acabar este curso de sobresalientes aislados y muchas asignaturas pendientes. Empezó como un párvulo, absorto frente a las carreras burlonas de Ronaldinho, aturdido por la magia del brasileño, que lo hipnotizó. Sólo le faltó aplaudirle. Quien no lo hizo fue Zaparaín, quien pese a recibir el primer gol de su vida en Primera en una maravillosa combinación del Bar§a, mantuvo la calma del viejo portero que sabe leer cada balón que le llega.

COMO UN ANGEL El chico jugó y voló como un ángel. Parecía un invitado y se convirtió en el anfitrión del triunfo del Real Zaragoza, una victoria que sólo alcanzó a ver en la segunda parte, quizá porque los azulgrana habían escuchado en el vestuario que el Madrid perdía algo más que el partido con la Real Sociedad y se dedicaron a tocar el arpa cuando antes habían visitado el área local con un cuchillo entre los dientes de Ronaldinho, cómo no.

Zaparaín... Desactivó granadas de mano, minas y un par de bombas de neutrones. Y posó para la foto con una palomita frente a Saviola que hizo las delicias de los reporteros gráficos y de la hinchada, en pleno oleaje porque Cani y Soriano, también aragoneses, habían marcado los goles de la remontada. El Niño , que ya dice que no es el Niño , fusiló a Víctor Valdés, y luego Soriano --¿Mathias Sammer?-- alargó su figura, miró al cielo y lo tocó con el segundo tanto.

En el círculo central, mientras caía el sudor sobre el encuentro finalizado y los protagonistas se retiraban, José María Movilla devolvió a la afición su cariño. Igual que los toreros hacen regresar los regalos del albero al tendido, el futbolista hizo reverencias a la grada y se señaló el corazón, diciéndole a la gente que si se va, la llevará muy dentro. El Real Zaragoza saldrá hoy mismo al mercado para fichar. Movilla, quédate.

Se apagó la Liga de fútbol con la sensación de que el conjunto aragonés crecerá, quizá poco a poco, hasta construir un proyecto sólido, fiable y grande, por qué no. Como grande es la misión que le espera al CAI el viernes en Granada en una cita descomunal donde no puede fallar. La ACB le espera con los brazos abiertos, los mismos que lanzaron a aquel equipo que entre los ochenta y los noventa disfrutó con los Arcega, Allen, Magee, Bosch, Belostenny, Riley, McDowell, Turpin, McDowell, Aleksinas... Zaragoza mira al cielo y lo ve despejado. Inmenso por fin.