Con la indulgencia de su afición, de casi todos aquellos que no se han quedado en la amargura del camino; con el deseo de que el equipo sea, por fin, un cuerpo digno; con el propósito de aproximarse a la altura de su historia; con los miedos propios de un grupo nuevo, mucho más joven e inexperto que el de las últimas campañas; con las dudas sobre la respuesta de los fichajes; con el remordimiento por el pasado reciente; con la esperanza de que esta cruzada sea como la de Indiana Jones, la última... Con expectación, dudas admitidas e ilusión se estrena el Real Zaragoza 2017-18 esta noche en el Helioro Rodríguez ante el Tenerife (22.00 horas, Gol). En la isla busca el primer tesoro de la temporada, al menos un saquito de monedas con el que ir enriqueciendo su fútbol, su confianza sobre todo. Falta le hace después de una pretemporada en la que se ha movido entre sombras y necesidades, con una sola victoria y nueve goles en contra en seis partidos.

Una de las razones contadas para explicar la contratación de Natxo González fue su capacidad para ordenar tácticamente los equipos, para convencer a sus hombres de la importancia de la disposición estratégica. El vitoriano, que pisa por primera vez una plaza grande, supo hacer del Reus un equipo fiable, palabra esta que ha dominado el discurso zaragocista durante el verano. Pretendía lo mismo aquí: llegar al comienzo de la competición, es decir a hoy, con el equipo bien armado. No lo ha conseguido en los partidos amistosos, aunque se sabe que las vidas a veces son bien otras cuando el resultado cuesta puntos.

Se agarra el equipo aragonés y su entrenador a las ilusiones de cualquier verano, al momento en el que es improbable adivinar qué camino va a coger un equipo, a estos días en los que todo se cree posible. Debe de haber ánimo, confianza y ambición camino del ascenso, ese objetivo que a ratos parece una ficción, diríase un espejismo en su desierto particular. No es nunca una quimera para el Zaragoza, que ha reajustado su ideario deportivo último para tratar de encontrar por fin un oasis.

Lalo Arantegui fue el hombre elegido, aún mientras transcurría la pasada campaña, para darle otro aire a la dirección deportiva. El aragonés ha cambiado la personalidad de la plantilla, permitiendo el paso a varios canteranos y eligiendo futbolistas de un perfil diferente, algunos tan exóticos como Papunashvili, un volante zurdo georgiano; prometedores como Febas, salido de la sugestiva fábrica madridista; guerreros como Toquero, un futbolista que antaño hubiera caído como un cuerpo extraño pero que hoy es recibido como un gladiador. Cuestión de corazón, algo que le ha faltado al Zaragoza en los últimos años. Ya se sabe, pasión, cariño, sensibilidad, todos esos asuntos de apego que tanto se echan de menos en esta casa.

En el talento y competencia de todos los nuevos, en la capacidad de persuasión y el trabajo de su entrenador, en esa pizca de fortuna inicial, estará el destino primero de un Zaragoza que defenderá Ratón y en el que percutirá, sobre todo, Borja Iglesias. En el medio queda una defensa completamente nueva, con los dos laterales de Reus que acompañaron a Natxo González en su viaje a La Romareda, con un central suizo que se le da un aire a Marcelo Silva y un portugués lampiño, inadaptado de momento.

Eguaras manejará el equipo junto a Zapater o Javi Ros antes de que el balón pase por los pies de Febas, el futbolista más desequilibrante junto a Pombo. El aragonés ha sido el jugador distinto de la pretemporada, ganándole el sitio a Papu, Oyarzun, incluso a Buff, con el que González insiste. Todos estos y un par más, serían un delantero y un central, van a ser el brazo armado del Zaragoza, que otra vez, y van cinco consecutivas, juega en Segunda División. Hoy empieza la quinta cruzada.