Fue más que un acto de indisciplina laboral, mucho más que la incomparecencia injustificada al trabajo. Los jugadores del Real Zaragoza, todo un ejemplo de desidia y desinterés, abandonaron sin pudor ni vergüenza ética al equipo en el cubo de la basura de la Liga, tan cerca del descenso que, a fecha de hoy, parece inevitable. El Murcia, el último, lo pasó por encima como quien camina por una alfombra roja extendida en su honor, sin que nadie se interpusiera en su camino hacia la victoria. Ganó el equipo de Toshack porque enfrente no tuvo a nadie que se lo impidiera no ya con un poco de fútbol, sino tan siquiera con el más mínimo respeto a la decencia de quien tiene que justificar un sueldo sea modesto o millonario.

Se conocían todos los defectos de esta plantilla por su manida exposición cada fin de semana desde que comenzó el campeonato. No tiene carácter, no tiene capacidad creativa, no tiene gol, no es un portento en defensa, duramente soporta un gasto físico extra... Por eso estaba (está) tan abajo, luchando por la permanencia, buscando en la zona residual del mercado de invierno futbolistas que le aporten personalidad o talento. O ambas cosas. Lo que no se sospechaba ni estaba en la hoja de ruta era que en algún momento de su tortuoso trayecto, precisamente contra un rival directo y a estas alturas del torneo, los chicos de la orquesta saltaran de este barco fantasma antes que los niños, los ancianos y las mujeres. Lo de ayer dejó la fiesta de la Copa aislada por la gravedad de la situación, como un bonito adorno en una casa deshabitada.

A LA DERIVA El Real Zaragoza jugó en La Condomina sin tripulación, a la deriva, despreciando el combate y el honor de una muerte digna al menos. El absentismo resultó sonrojante porque no se ofreció resistencia, porque se entregaron desde el principio las únicas armas con que puede luchar un conjunto limitado para grandes o medianos objetivos, incluido el de dar un pase en condiciones a tres centímetros. Ver a Cani, Galletti o Villa saltar como novicias cuando recibían una entrada viril fue un síntoma alarmante. Observar a Ponzio enviando con precisión el balón al rival o a la grada, levantó la sospecha (ya casi certeza) de que lleva las botas cambiadas de pie a propósito. Contemplar a Alvaro y Milito, el último refugio junto a Láinez de este grupo tan blando, quedarse petrificados por un Esnáider más hipnotizador que amenazante, lo dijo ya todo de la nada.

El contagio de atonía y abulia fue total. Con los brazos caídos, la cabeza agachada y sin más plan que acabar el encuentro y darse una buena y confortable ducha aunque fuera por higiene, desde luego no por acumulación de sudor, el Real Zaragoza facilitó el triunfo al Murcia en un cita a la que prefirió no acudir. El pulso fue de Segunda División, pero los hombres de Toshack se presentaron con el espíritu que exige este tipo de ocasiones. Tuvieron actitud, intentaron --y lo lograron-- tejer acciones de combinación. Sobre todo, dispusieron de oportunidades variadas para golear al Real Zaragoza, quien para ratificar su figura de monigote durante la tarde, no disparó sobre la portería de Bonano una sola vez en todo el encuentro.

El anuncio del gol del Murcia se veía y oía venir con el escándalo que produce un viejo tanque de guerra circulando sobre el pavés. Chirriaba el Real Zaragoza mucho más por la pobreza de su mecanismo colectivo para reaccionar, pero dos disparos a placer de Esnáider, que disfrutó del marcaje a distancia de un Milito superado por el magnetismo de su compatriota, avisaron del estruendoso fracaso que se avecinaba.

Richi marcó sin oposición y el Murcia, con el ecuatorinano Hurtado de mariscal, dejó la segunda parte para refugiarse en su ventaja y utilizar el contragolpe en la búsqueda de la sentencia. Metió la pierna, derrochó testosterona y a punto estuvo de conseguir el segundo tanto. Su mérito fue grande y su esfuerzo, relativo frente a una camiseta, la del Zaragoza, sin nadie dentro de ella, abandonada como un trapo en un contenedor de basura.