Aunque no dijo de la misa ni la mitad, los lamentos de Paco Herrera en Tenerife, a medio camino entre la desesperación y la impotencia, entre la frustración y el agotamiento, han retumbado con fuerza. Al final, esa rueda de prensa, que en condiciones normales simplemente debía haber servido para explicar otro mal partido del Real Zaragoza, se convirtió en un capítulo más de esta aventura de inconsciencia y autodestrucción en el que la SAD lleva inmersa desde el año 2006, donde empieza todo lo que hoy sucede y que no acabará hasta que cambie el tercio del propietario.

En el Heliodoro Rodríguez López se volvieron a lavar con luz y taquígrafos los trapos más sucios de este club, a ojos de todos y retransmitidos en vivo y en directo. No es nada excepcional. Lo sería en otro sitio, desde luego no en el Real Zaragoza de Agapito Iglesias. Ha ocurrido una y mil veces, no solo desde hace unos meses como interesa que sea sino de tiempo muy atrás. Y otras tantas que vendrán, alguna esta misma semana con absoluta certeza.

Realmente en esta sucesión encadenada de conflictos subterráneos, que de vez en cuando asoman a la superficie y descubren los bajos fondos, no se salva nadie. Casi todos tienen una cuota de responsabilidad por su irresponsabilidad. Pitarch por hacer la guerra en vez del amor, Herrera por no tenerlos mejor puestos y, sobre todo, por su deficiente trabajo de campo, que en una Segunda con un nivel mínimo hubiera condenado ya al equipo a otro año en la categoría. Checa y Cuartero porque parece que no están, pero anda que no cunden por esos pasadizos oscuros, con la luz en discreta penumbra para que nadie los vea. Pero están, están. Por supuesto, los tres denunciantes por echar más leña al fuego con aquella organizada voluntad. Entre ellos, un Oscar a la interpretación para Movilla, que aunque el dinero le pertenezca y deba defenderlo en justicia, en su arranque de orgullo y protagonismo, tan grande como el de quien él despotrica, no le ha hecho ningún bien al equipo.

Obviamente la plantilla, casi desde el primer al último jugador con excepciones honrosas y que contaríamos con los dedos de una mano. Ninguno debería sentirse de otro modo que muy irritado por el bajo rendimiento. Y, claro, encima del resto, uno. El padre de todos los problemas. Agapito Iglesias, que es quien ha organizado este galimatías y quien --que no lo dude nadie-- lo permite con gusto mientras espera su primer paseíllo. Y en medio, sufriendo, el Real Zaragoza, al que entre todos están matando y que solo morirá.