Vittorio Pozzo, exitoso seleccionador italiano de los años 30 que ganó dos campeonatos del mundo en 1934 y 1938, fue quien puso la primera y pesada piedra del catenaccio (cerrojo en italiano), táctica ultraconservadora. En los 60, el Milan de Nereo Rocco, padre del método, y el Inter de Helenio Herrera conquistaron Copas de Europa bajo el patrón del marcaje al hombre con un líbero para secar el resto de la ropa sucia. Italia continuó dominando el continente en 1968 con un fútbol escaso de belleza, pero de una tremenda eficacia.

El Real Zaragoza no pone en práctica exactamente ese estilo, aunque se va dejando seducir por un espíritu colectivo y aguerrido que le libere de los disgustos defensivos que ha sufrido en las primeras jornadas. El Málaga, que vino a La Romareda con finas zapatillas de ballet, no pudo casi nunca con ese incómodo escudo físico, y cuando lo logró, Roberto sacó tres paradas transalpinas, dignas de Dino Zoff o del mejor Gianluigi Buffon.

Esta va a ser la línea a seguir para que la permanencia no se convierta en un acontecimiento sobrenatural, como en anteriores ediciones. Comprobado que el talento global apenas es detectado por la báscula por su escaso peso, Aguirre ha trasladado a la arena a sus mejores gladiadores y les ha puesto un mazo en los pies. Lo del Benito Villamarín fue un cuento de hadas inacabado. Sí, la reacción del Real Zaragoza después del 4-1 estuvo en boca de los poetas, pero el mexicano es hombre de prosa gruesa y sabe que sus muchachos deben avanzar por caminos menos floridos que el de las musas.

De igual a igual, el conjunto aragonés no hubiera tenido nada que hacer con el Málaga, hermosa pero inconclusa obra de arte, como todas las que se construyen con dinero fácil y urgencias de nuevo rico. Para lo que lucha, la salvación, su trabajo resultó intachable. Para el espectador, el encuentro fue un horror. ¿Qué hacer? Aguirre lo tiene muy claro: echar el cerrojo a su manera y tirar la llave lo más lejos posible de la tentación del lirismo que le recuerda que este equipo debería jugar acorde a su historia.

Por lo visto anoche, el Real Zaragoza escribe su propia historia, la vigente, agrade o provoque úlceras en la vista y en el estómago. Por lo visto anoche y si Roberto insiste en lacrar su portería, éste será el estilo que domine el resto de la temporada. Primero, dejar la portería a cero, después erosionar cualquier intento creativo del rival y, finalmente, abandonarse a que en algún pelotazo, contragolpe o presión cercana al área adversaria llegue el gol.

No tuvo ni una ocasión este Real Zaragoza maratoniano e industrial, y las que se le presentaron, el árbitro las cortó de cuajo con algunos errores de órdago. Al margen de los despistes u errores colegiados, el crecimiento del equipo aragonés no es futbolístico si hablamos en términos constructivos. Ni hablar. Hasta el catenaccio le viene grande porque en aquellos equipos de corazón de estropajo había jugadores como Mazzola, Suárez, Rivera o Riva...

Aquí, los flamígeros cabellos de Meira y Ponzio se imponen. Son puros gladiadores, esclavos sumisos que arrasan y arrollan, cómodos en la arena y fuera de lugar en los juegos florales. Ayer, sobre todo el portugués, trotó a sus anchas incluso con esporádicos detalles de la escuela que de la vida más que el ingenio. Pero en ese concurso de cabezas marmóreas, la que sobresalió fue la de Mauricio Lanzaro, sustituto de Mateos.

Lanzaro es de Avellino, en la región de Campania, antigua tierra de lobos. El central, reclamado hace tiempo para darle carácter a la defensa, se tomó el encuentro como algo personal. Borró al Málaga bailarín y podría haberlo hecho con el árbitro si se lo hubiera pedido Nereo Rocco, como un día hizo por error al repasar los marcajes de la final de la Recopa que el Milan iba a jugar con el Hamburgo en 1968. Fue feliz Lanzaro en un Zaragoza forzudo, de aldaba... Italiano.