El fútbol es espectáculo, entretenimiento, pasión, emotividad, un sentimiento fragmentado en millones de corazones pero unido por un mismo amor. El fútbol es un hobby universal, un pretexto maravilloso para la confraternización, el esparcimiento y la amistad alrededor de una sensibilidad común. El fútbol es un invento apasionante del hombre, con una capacidad de convocatoria y de movilización extraordinaria. El fútbol es todo y más, pero al final, en su esencia, no deja de ser solo un deporte. Un juego que enfrenta a once contra once y que está construido alrededor de un balón.

Cada día lo parece menos, aquí y fuera de aquí, pero el fútbol no son autos judiciales, imputaciones ni paseíllos de propietarios o presidentes de camino a la silla de los acusados. El fútbol no es de los presuntos chorizos ni de los dueños de las Sociedades Anónimas. El fútbol es de la gente, de cada cual y de cada uno a su manera.

El Real Zaragoza, también. El Real Zaragoza es de sus aficionados. Lleva secuestrado un tiempo, pero su propiedad sentimental nunca cambiará. El nuevo episodio judicial de ayer con Agapito Iglesias, fianza millonaria mediante y con las consecuencias que puede tener para la empresa propietaria de las acciones de la SAD, es el último capítulo de la desnaturalización extrema a la que está sometido el club, que ha perdido en unos años infaustos toda su esencia y su verdadera alma.

El Real Zaragoza fue un club de fútbol, un club de fútbol histórico, ganador de títulos y generador de múltiples momentos de felicidad. Por obra y gracia de Agapito ha dejado de serlo, para convertirse en triste protagonista de la crónica judicial. Ha perdido por completo su naturaleza original. Está irreconocible. Es acuciante que deje de ser causa de vergüenza y que vuelva a ser lo que era. Solo un equipo de fútbol.