Navegar por el río suena muy romántico. Queda bonito y es hasta entretenido, la primera vez. Pero Zaragoza no es ni París ni Budapest y el Ebro no es ni el Sena ni el Danubio. Es un río mediterráneo, con sus épocas de estiaje en las que el caudal es tan bajo que las calvas del cauce se aprecian desde cualquier punto de la ribera. «Estos ríos son así y no se puede pretender que sea como el Danubio. Hay que quererlo como es», comenta el investigador y profesor de Geografía Física de la Universidad de Zaragoza, Alfredo Ollero.

El azud de Vadorrey pretendió evitar que se vea un Ebro seco y pobre porque en las fotos de los turistas no quedan muy bien. La lámina constante de agua que origina la presa permitió hacerlo navegable, una obsesión en Zaragoza. La idea de construir esta obra hidráulica data del año 1955, cuando Ángel Escoriaza realizó un estudio en el que presentaba un proyecto para crear un lago artificial de dos kilómetros. Entonces, la finalidad era la misma que en pleno siglo XXI: evitar la foto veraniega del río seco. El PAR retomó el proyecto en los 90 pero no logró el impulso definitivo hasta que Juan Alberto Belloch llegó a la alcaldía y Zaragoza fue elegida para albergar la Expo del Agua en el 2008.

Para Ollero no es justificación que «por una cuestión estética» se cause un daño de esta envergadura en el río. No opinan lo mismo los clubs de deportes acuáticos. El presidente de la Federación Aragonesa de Piragüismo, José María Esteban Celorrio, explica que «supuso un antes y un después» para estas modalidades en Aragón porque «con el azud ha quedado una pista magnífica». Niega que las consecuencias sobre el cauce sean tan dañinas como aseguran expertos y ecologistas. «Claro que hay que tener cuidado con el impacto medioambiental sobre el río, pero actuar en una zona urbana de 3 kilómetros no es un pecado mortal», comenta.

La estampa de las piraguas navegando a su paso por Zaragoza llena de color el río y le da vida. Según Celorrio, cuidar los ríos no significa no poder actuar sobre ellos para poder facilitar otras actividades. «Zaragoza se conoce por el Pilar y el Ebro, y hasta hace años no se mantenía como se debe», precisa.

«El dragado suena duro y es verdad que no es necesario en su totalidad, pero no pasa nada por hacerlo en el tramo del casco urbano», señala Celorrio, que resume que el ayuntamiento no hace nada pensando en la práctica deportiva. Dragar un río siempre genera un impacto «tremendo», según expertos consultados, porque «el sedimento es el río», apunto Ollero, que asegura que además de no servir para nada, porque la grava volverá a acumularse, «no tiene justificación».

Los piragüistas y remeros se quejan de la acumulación y proliferación de algas de los últimos años. Los expertos explican que el embalsamiento antinatural produce un proceso de erosión en el fondo del lecho del río, creando las famosas barreras de sedimentos. El agua estancada, a su vez, provocó que haya más microfitos y, por lo tanto, más algas. «Esto no es ni bueno ni malo», precisa Ollero. En cambio, remeros y piragüistas coinciden en que es un problema. La barrera de vegetación de Helios es el reflejo de la viveza del Ebro. En este caso no es tanto por el azud, sino porque se trata de una orilla sedimentaria, es la parte de la curva del río que lleva poca corriente y, aunque se eliminara, volvería a surgir. La naturaleza es así.

La urbanización que se ha permitido en las zonas inundables también ha perjudicado notablemente al río, como el edificio Aura o la construcción de la Expo. «Es un punto negro porque con los cimientos se quita espacio al cauce y al nivel freático». Entre otras cosas, lo que genera es que cuando el nivel del río sube, el freático también lo hace, por eso es tan frecuente que los garajes colindantes de la ribera acaben llenos de agua.