Ya estamos de nuevo en el debate de si se suben o se bajan los impuestos: Que si no se va a tocar el IVA, que solo se van a reubicar las categorías de productos sujetas a según qué tipos... El Gobierno, que ya no sabe cómo tapar el agujero fiscal, hace como el obeso que ya no sabe cómo poner el ojal del pantalón más en el borde de la cintura para poder abrocharse los pantalones, cuando lo inteligente sería adelgazar.

El Estado es incapaz de recaudar más de 380.000 millones al año, por todos los conceptos. La mayoría de esa recaudación proviene del trabajo (cuotas de la seguridad social e IRPF) y todos sabemos que las rentas del trabajo y los cotizantes van a menos. De hecho ya es solo el 43% del PIB, pero es el origen de gran parte de la recaudación fiscal.

Hay más del 24% de PIB de economía sumergida. Es decir, a mayor presión fiscal es más apetecible sumergir la actividad para hacerla fiscalmente opaca y, por tanto, subirla no garantiza que el Estado recaude más. Subir más los tipos de impuestos directos o indirectos, además de frenar el tímido crecimiento que ahora despunta no conseguiría aumentar el ingreso fiscal.

No toca otra más que adelgazar, y las dietas milagro no valen. Estos días acaban de expulsar al famoso doctor Dukan del colegio de médicos. La dieta Dukan es lo que ha estado haciendo hasta ahora el Gobierno: no pago una extra a los funcionarios, por aquí, cierro un ala de los hospitales por allá, pero sigo con mis malos hábitos alimentarios. No se trata de quitarle los donuts a los niños en el colegio, ni el bocata de panceta a los estudiantes de Erasmus. Para bajar de los 460.000 millones de gasto hay que cambiar estructuras. Reducir y simplificar una administración que duplica y triplica competencias, leyes, trabas burocráticas, instituciones que para nada sirven... Es decir, hay que eliminar grasa y hacerlo de verdad, cambiando de hábitos y de cultura, aunque nos lleve algunos años conseguirlo. Lo importante es ponerse a ello y pesarse cada día en la báscula de la opinión pública.