La revolución arancelaria en el conflicto entre Estados Unidos y, prácticamente, el resto del mundo parece estar llegando a su punto más álgido. El sector del automóvil apunta como el mayor damnificado de las decisiones de Donald Trump con su política proteccionista, ya que la imposición de aranceles del 25% a la importación de automóviles y componentes dejará el mercado a borde del colapso. Con ello se torpedeará todos los tratados comerciales, tanto con Europa como con China, Japón y sus vecinos Canadá y México.

Una comisión del gobierno está estudiando la medida a petición del presidente amparándose en la sección 232 del acta de Tratados de Expansión de 1962 (la misma que usó para subir los aranceles de importación de metal y aluminio). El pasado viernes se acabó el plazo para que las marcas mostraran sus alegaciones o propuestas. Ahora solo queda esperar, pero será una espera tensa.

La reunión que Trump tuvo el pasado año con los fabricantes / (REUTERS)

Estados Unidos importa desde Europa vehículos con un impuesto del 2,5% y de no llegarse a un acuerdo comercial en un futuro cercano entre todos los actores con la aplicación del nuevo arancel del 25%, la factura para el cliente americano que adquiera un vehículo de importación puede ascender hasta los 38.600 millones de euros, unos 5.000 euros por coche. En el caso del cliente europeo la factura sería menor ante el evidente menor número de vehículos que se importan de Estados Unidos.

Gran preocupación

A lo largo de la última semana los fabricantes mundiales del sector del automóvil han puesto el grito en el cielo y han empezado a mostrar su preocupación. El imacto negativo en las ventas y en al volumen de negocio llegará tanto en Estados Unidos como en Europa ya que el automóvil está inmerso en un proceso de globalización que no atiende a ideas tan proteccionistas.

Harley Davidson fue la primera en reaccionar y ya anunció que deslocalizaba parte de su producción fuera de Estados Unidos. Trump montó en cólera y les llamó traidores. Desde la marca lo tienen claro y van a “incrementar la presencia de negocio en Europa”. General Motors, por su parte, señaló esta semana que la medida supondrá un “fuerte golpe” para consumidores y fabricantes, ya que los puestos de trabajo en las factorías también se pueden ver afectados, recortándose el empleo. “Se ralentizará la producción ya que habrá menos demanda. El efecto de esa ralentización provocará que la implantación tecnológica se reduzca, y con ello el liderazgo norteamericano en las próximas generaciones de automóviles se verá eliminado”, afirman desde el grupo. Vamos, el efecto contrario que pretende Trump.

El grupo FIAT-Chrysler también han estallado y han anunciado que están elaborando planes alternativos de contingencia ante la posible medida del 25%. “Buscaremos soluciones a gran escala, tanto de centros de proveedores como de producción”, señalan. Incluso se plantean cambiar los emplazamientos de las factorías.

La planta de Charleston supone una inversión del 950 millones de euros / VOLVO

Las marcas europeas también están alteradas y uno de los fabricantes con más a perder que a ganar en este conflicto es Volvo, ya que topa con una dualidad difícil de digerir. Por un lado acaban de abrir fábrica en Charleston (Carolina del Sur), la primera de la marca en territorio norteamericano. La planta ha supuesto una inversión de 950 millones de euros (1.100 millones de dólares) y arrancará a todo ritmo en dos o tres semanas para producir en exclusiva para todo el mundo el S60. Este modelo será uno de los pocos del segmento premium en Estados Unidos que no tenga que asumir unos aranceles de importación. Sin embargo sí se verán afectados el resto de modelos de Volvo ya que proceden de fábricas europeas y chinas.

Se da la circunstancia de que Volvo es propiedad del consorcio chino Geely, y su CEO, Li Shufu ya ha lanzado la voz de alarma sobre ese doble problema. “Los aranceles más bajos favorecen la globalización en beneficio de los consumidores, pero si prosigue la escalada de impuestos propuesta esto va a repercutir directamente en el cliente que deberá pagar más por su coche”.

Amenazas vía Twitter

Trump abrió la caja de pandora hace una semana anunciando via twitter, para variar, que si Europa no retiraba los aranceles sobre las empresas estadounidenses, “ fijaremos un gravamen del 20 o 25% sobre todos sus coches que llegan a EEUU. ¡Construidlos aquí!”, argumentaba amparándose en medidas de “seguridad nacional”.

Audi ya sufrió en sus carnes la ira del presidente norteamericano hace dos años tras anunciar la fabricación del nuevo Q5 en su planta de México en lugar de optar por suelo americano, mientras que BMW todavía puede salvar los muebles en un primer momento ya que produce también en Carolina del Sur, en Spartanburg, su gama de modelos X y a final de año podría fabricar la berlina serie 7. Sin embargo, la importación del resto de la gama de BMW podría frenar las ventas en suelo americano.

La fábrica de BMW en Spartanburg (Kentucky) / FRED ROLLISON

Pero volviendo al escenario de Volvo, los suecos anunciaron en 2015 su intención de construir una fábrica en la zona, y un año más tarde Donald Trump llegó al poder. La relación desde entonces fue bucólica y en el acto de inauguración de su fábrica americana pudimos ver al actual gobernador de Carolina del Sur, Henry McMaster (gran amigo de Trump), asi como el embajador en la ONU y ex-gobernador del estado sureño Nikki Haley.

La operación no parecía mala tal y como afirmaban desde la marca. “Podíamos haber elegido fabricar en México, por ejemplo, como otras marcas europeas, pero las condiciones que teníamos aquí en Charleston nos parecieron muy buenas. Hay un buen grupo de empresas proveedoras instaladas aquí, hay un puerto importante que facilita la salida de vehículos en barco, y Carolina del Sur lo ha puesto todo de cara para que estemos aquí. Ha sido una buena decisión, por ahora”, confesaba en la localidad de Carolina del Sur vicepresidente de producción y logística de Volvo, el español Javier Varela.

Alemania, Italia y Reino Unido

A la preocupación de Volvo hay que añadir la del resto de fabricantes. Según datos del Departamento de Comercio de Estados Unidos quien mayor impacto recibirían con la medida son Alemania, Reino Unido e Italia. En 2017 se importaron desde esos países vehículos por valor de 17.340, 7.300 y 4.120 millones de euros respectivamente.

El 44% de las ventas de vehículos en Estados Unidos registradas en 2017 procedían de vehículos importados (incluyendo los producidos en México y Canadá). Los analistas del sector apuntan que esta propuesta de Trump está mal calculada. Estados Unidos no es una potencia mundial exportadora de automóviles y ese es el problema. Depende mucho de fabricantes extranjeros y por ello la pelota que ha lanzado el presidente americano podría llegar de vuelta muy envenenada.