Los brasileños se han puesto serios. Han decidido abandonar sus tradicionales publicidades de mulatas semidesnudas como anzuelo turístico. Lo mismo harán con la imagen del carnaval. "La promoción concentrada en el sol, la playa, el mar y la sensualidad trajo un turismo sexual que no queremos", dicen los asesores del presidente Luiz Inacio Lula da Silva.

Con cuatro millones de turistas en el 2002 --cifra pequeña para un país con 8.000 kilómetros de playas--, no sólo se trata de aumentar la afluencia sino de atraer a visitantes que sean aliados de la preservación ambiental y cultural. Con ese propósito, las autoridades destinarán unos 30 millones de dólares al "cambio de imagen internacional".

Solo para el fastuoso fin de año en Río de Janeiro llegaron 117.000 turistas, un 12% más que en el 2002. Y aún falta el carnaval carioca y de Salvador de Bahía. Las autoridades turísticas de Río temen que el crecimiento se vea frenado por la decisión de tomarle fotografías y huellas dactilares a los norteamericanos que entran al país, un hecho que, se especula, ya ha producido algunas cancelaciones. "A nadie le gusta que lo reciban así", se quejan los hoteleros de Río --el 26% de sus clientes son norteamericanos--, que ya tienen que lidiar con un problema mayor: el narcotráfico que acecha desde las favelas.