"Como es el último día, hemos venido a despedirte", comenta una mujer acompañada de su hijo a la tendera de La Casa de las Olivas, un comercio de los de toda la vida que desde hace días colgaba el cartel de Cerramos por jubilación. Ayer, tras casi 73 años de actividad, se consumó el triste final. El negocio regentado por María Pilar Espuelas bajó la persiana, el punto final para esta mítica tienda del número 3 de la calle Cortes de Aragón. "Me da mucha pena cerrar pero es lo que toca", comenta con nostalgia.

Su caso es muy común en otros muchos comercios de barrio, que ven frustrado el relevo generacional por muy diversas razones. "El negocio funciona pero mis hijos tienen sus carreras... Sus vidas están encarrilada", explica la vendedora, que confía en poder alquilar al menos el local --de su propiedad-- para que se ponga en marcha un nuevo negocio. "Me preguntan, pero ya veremos quien lo coge".

El pequeño y familiar establecimiento inició su andadura en el año 1942, de la mano del padre de la actual tendera, que continuó así con la tradición comerciante de su familia. Primero funcionó como tienda de alimentación, pero con el tiempo se especializó en encurtidos. Con tan solo 25 años, María Pilar se hizo cargo del negocio por el fallecimiento de sus padres. "Trabajaba en una oficina, pero lo dejé todo para venir aquí porque la familia lo necesitaba", recuerda, al tiempo que se enorgullece de su trayectoria. "La verdad es que no me arrepiento de lo que hice: he sido muy feliz en esta tienda", asegura emocionada.

La Casa de las Olivas resistió el paso del tiempo y la proliferación de grandes superficies, cadenas y franquicias gracias a su mayor tesoro: los clientes. "Les estoy muy agradecida, me han sido siempre muy fieles", destaca. Ayer, muchos de ellos pasaron por la tienda a despedirse con la sensación de perder algo propio. Suerte, María Pilar.