China ansía un acuerdo sobre las diferencias comerciales pero no permitirá exigencias que atenten contra su soberanía y luchará hasta el fin si Estados Unidos persevera en su hostilidad. Son las ideas motrices de las 8.300 palabras del Libro Blanco sobre la guerra comercial que Pekín ha presentado esta mañana. La cita prometía titulares desde que Pekín la programara en domingo con rueda de prensa incluida en lugar de la acostumbrada publicación en la agencia oficial. La prensa, además, especuló este fin de semana con las empresas estadounidenses que serían castigadas en respuesta al acoso sobre Huawei. El viceprimer ministro de Comercio, Wang Shouwen, se ventiló el acto sin desvelar medidas concretas en lo que supone el enésimo esfuerzo chino de atemperar los ánimos de la Casa Blanca.

"Si Estados Unidos pretende utilizar la presión extrema y aumentar las fricciones comerciales para conseguir que China se rinda y acepte concesiones, tiene que saber que eso es absolutamente imposible, avanzó Wang. El funcionario insistió en la voluntad china de alcanzar el acuerdo pero dibujó un horizonte sombrío y ni siquiera confirmó que ambos presidentes se vayan a reunir a finales de mes en la cumbre del G-20 en Osaka. Esa cita, que Donald Trump da por segura, parece la última posibilidad para firmar la paz o al menos la tregua. Así ocurrió en diciembre en Argentina pero muchos analistas juzgan que ni siquiera la química personal de Trump y Xi Jinping, su homólogo chino, será esta vez suficiente ante un ambiente tan degradado.

Presión de última hora

Estados Unidos agudizó el mes pasado la presión a China cuando ya se celebraba la firma del esperado acuerdo tras 11 rondas de negociaciones. Según Washington, Pekín se desdijo de compromisos adquiridos. Esa acusación es seria en China, donde la reputación es irrenunciable. Wang cambió al inglés en su discurso para subrayar el mensaje: Nada está acordado hasta que todo está acordado. En el fondo están las reformas legales chinas. Son la necesaria garantía de cumplimiento que exige Washington pero Pekín las entiende como una violación inaceptable a su soberanía. Son "demandas irracionales", dijo Wang.

El funcionario cifró el desequilibrio de la balanza comercial en 150.000 millones de dólares (unos 136.000 millones de euros) y no en los 410 mil millones de dólares que Trump airea como 'casus belli'. Y, en una interpretación compartida por economistas independientes, negó que en todo caso sea perjudicial para Estados Unidos. Washington acumula un déficit frente a China en productos pero un superávit en servicios. También mencionó con sutileza la amenaza de los recortes de las tierras raras que la prensa ha sugerido. Estados Unidos recibe de China el 80 % de esos minerales que son imprescindibles en productos tecnológicos de uso civil y militar. Deseamos satisfacer la demanda de otros países. Pero será difícilmente aceptable que alguno de ellos utilice las tierras raras chinas para obstaculizar el desarrollo chino, afirmó.

Estados Unidos debe asumir "toda la responsabilidad" por instigar y avivar la guerra comercial, abundó Guo Weimin, viceministro del Consejo Nacional. Guo ha calificado las medidas chinas de "necesarias" y "defensivas". También son muy modestas en comparación con las embestidas de Trump, atareado en hundir la joya de la corona tecnológica china. Se esperaba que Pekín diera hoy por oficialmente inaugurada la fase de los puñetazos para responder al acoso sobre Huawei. Las sospechas nacían en la lista de "compañías no fiables" que el Ministerio de Comercio dijo el viernes estar elaborando. Pekín sancionará a las que dañen los intereses de las empresas chinas por operar sin acuerdo a "motivos comerciales". Es una alusión clara a todas las compañías que han cortado sus suministros a Huawei en cumplimiento de las órdenes de Trump. Ese perfil incluye a gigantes como Apple, Google, Qualcomm e Intel.