El número de trabajadores chinos decrece al mismo ritmo que aumenta su belicosidad. Las huelgas, aún legalmente prohibidas en China, son cotidianas. Este año han aumentado un 30% según la prestigiosa organización China Labour Bulletin, que defiende desde Hong Kong los derechos de los trabajadores chinos. Hubo 119 solo en un mes, algunas de las cuales ocuparon portadas en todo el mundo.

Este viernes regresaban a su puesto de trabajo después de casi dos semanas muchos de los 40.000 empleados de Yu Yuen Industrial, el mayor fabricante de calzado del mundo. Su huelga castigó a multinacionales como Nike o Adidas. Esta decidió trasladar parte de su producción a otros lugares. Detrás estaban las reclamaciones de las cotizaciones de la Seguridad Social adeudadas, que según activistas laboralistas alcanzarían entre los 100 y los 200 millones de yuanes (entre 11,5 y 23 millones de euros). El conflicto lo resolvió Pekín al dictaminar que la empresa había infrapagado a sus trabajadores y debía reparar el daño con celeridad. Algunos empleados han denunciado presiones por volver.

Otros gigantes como Wal-Mart, IBM o Samsung también se han visto afectados. Los avances laborales son una de las mejores y más ignoradas noticias que ha generado China en los últimos años. Son humildes medidas en términos occidentales y gigantes en términos chinos. Los chinos han asumido la explotación como un imperativo telúrico durante miles de años, ya fuera por un mandarín, un terrateniente o un capataz de obra. El chino sabe por primera vez que disfruta de derechos y los hace valer, pero el camino es todavía largo.

Dos factores explican el cuadro. Por un lado, la voluntad de Pekín de luchar contra las desigualdades generadas en las últimas tres décadas. En el centro de la estrategia están los obreros, combustible de la fábrica global. No solo importa el aspecto social sino el económico: el volantazo hacia el autoconsumo exige que aumente su capacidad de compra. Ningún país ha elevado tanto su salario mínimo en los últimos años. La media se ha triplicado desde el 2005 hasta los 1.300 yuanes mensuales (150 euros) y los salarios han crecido un 80% durante la crisis.

Menos población activa

Por otro lado, la política social del hijo único ha envejecido la pirámide poblacional y reducido el número de chinos en edad laboral (entre 15 y 59 años). En dos años ha caído el número en seis millones, hasta los 920, según la Oficina Nacional de Estadísticas. El exceso de demanda que allanaba el camino a las condiciones semiesclavistas de los contratados se extingue. Su creciente fuerza ha forzado primero a las empresas a ofrecer instalaciones como canchas deportivas o bibliotecas para atenuar la dureza de la vida en la fábrica, después sueldos por encima del mínimo legal y ahora que muchas paguen las cotizaciones sociales.

La ley del contrato laboral del 2008 multiplicó las garantías de los trabajadores. Los conflictos en juicio o arbitraje se doblaron. Pero la falta de cultura negociadora y de mecanismos eficaces empujan hacia las huelgas, que Pekín considera peligrosas para la armonía social.