Se sabía la tragedia antes de la reapertura de las bolsas chinas tras las vacaciones y faltaba medirla. La jornada terminó con el derrumbe del 7,7% de la de Shanghái (el mayor en un lustro) y del 8,4% de la de Shenzhen y la certeza de que la inyección de 1,2 billones de yuanes (154.000 millones de euros) prometida por el Banco Central no trasciende de una tirita.

También se sabe que la factura del coronavirus (el nuevo virus chino que, con fecha de 3 de febrero, ya ha dejado 361 muertos y más de 17.000 infectados) será más onerosa que la del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) y falta saber en qué proporción. Aquella, con un cuadro de pánico y parálisis similar, recortó el crecimiento del segundo trimestre del 2003 del 11,1% al 9,1%, pero sus efectos fueron efímeros (el trimestre siguiente recuperaba los dos dígitos) y limitados a la China continental y Hong Kong.

La economía china ha jubilado aquellos crecimientos adolescentes y el 6% del pasado año fue el más bajo en tres décadas. China aún se recupera de la guerra comercial con Estados Unidos, lidia con una deuda elefantiásica, tiene cruciales reformas estructurales pendientes y teme que la desaceleración desemboque en despidos masivos e inestabilidad social.

El miedo ha grapado a los chinos a sus casas. Pocos restaurantes y tiendas están abiertos, el ocio se reduce a la televisión y se ha desvanecido el turismo. Sus consecuencias son más gravosas que dos décadas atrás, cuando el patrón económico descansaba en la "fábrica global" que regaba el mundo de exportaciones baratas. El consumo interno, el sector más afectado, es la locomotora actual. Los servicios concentran el 52% de la economía nacional y el turismo ha pasado del 2% al 5%. Y, si la pandemia se cronifica, el gasto público en sanidad absorberá los recursos previstos para infraestructuras.

Un impacto 10 veces mayor que el SARS

El impacto del coronavirus multiplicará al menos por 10 el del SARS, calcula Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos. "Esperamos un gran golpe en la economía china en la primera parte del año, que reverberará en todo el mundo y especialmente en las regiones más dependientes de China. Como respuesta, Pekín aprobará estímulos que podrían posibilitar la recuperación en la segunda mitad", continúa.

La caída por cuarto día consecutivo de los contagios fuera de la provincia de Hubei, epicentro de la epidemia, alejan el temor de una pandemia descontrolada en China. Pero en Hubei, sometida a cuarentena, el virus no da tregua y perpetúa el bloqueo de una de las regiones más lozanas del país. Su capital, Wuhan, es la intersección del eje horizontal entre Chengdú y Shanghái y del vertical que forman Pekín y Hong Kong: por ahí pasaban todas las mercancías de la China central antes de que sus fronteras fueran selladas. Su crecimiento económico el pasado año alcanzó el 7,8% (casi dos puntos por encima de la media nacional), ahí están presentes 300 de las 500 compañías mayores del mundo y fabrican General Motors u Honda. Sus plantas continúan con las persianas bajadas y no hay planes de reapertura.

La economía china durante el SARS superaba ligeramente a la italiana y hoy iguala a la de la Unión Europea; en apenas 16 años ha trepado del sexto puesto (1,6 billones de dólares) a la segunda (13,6 billones de dólares). Es la mayor exportadora hacia Estados Unidos y Japón y la que más importa desde la Unión Europea. Y recibía y enviaba turistas en cantidades industriales antes de que muchos gobiernos desaconsejaran viajar a sus nacionales y cerraran sus fronteras.

"El impacto del coronavirus será mayor porque la economía china tiene lazos mucho más estrechos con la global", señala Stanley Rosen, profesor de Ciencia Política en el Instituto Estados Unidos-China de la Universidad de South Carolina. "Muchos países confían en el gasto de los turistas chinos y ahora les están prohibiendo la entrada", continúa. China concentraba en los tiempos del SARS el 4% del PIB global y ahora alcanza el 17%: tampoco el mundo saldrá indemne del coronavirus.