Desigualdad y proteccionismo. Estas son dos de las cuestiones que más preocupan a las élites económicas mundiales que se han reunido a lo largo de esta semana en el enclave suizo de Davos en el marco del Foro Económico Mundial. El fundador de estos encuentros anuales, Klaus Schwab, menciona en el prólogo del Informe de riesgos globales 2017, donde se analizan los retos que afectan al planeta, «la amenaza de un mundo menos cooperativo y más encerrado en sí mismo».

En este contexto, dominado por una fuerte desafección ciudadana hacia la política y por las heridas provocadas por la crisis, que han afectado tanto a las clases más pobres como a las medias, se han dado los primeros resultados. Y estos son la elección del magnate y outsider Donald Trump como presidente de EEUU, con sus promesas de «Hacer de América un gran país otra vez»; y el triunfo del brexit, que conlleva un incierto proceso de salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE).

El populismo, en su versión más estricta (ofrecer soluciones simples a problemas complejos u ofrecer justo aquello que la gente descontenta quiere oír), alimentado por el descontento social por el sistema vigente gana terreno. Eso ha disparado las alarmas de instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuya directora gerente, Christine Lagarde, apeló en Davos a aplicar políticas económicas más redistributivas como antídoto contra estos movimientos y su propagación.

No es de extrañar esta preocupación porque, de repente, y sin que los expertos y analistas lo avisaran, el reparto de poder y de papeles que han dominado en el planeta durante 75 años, se ha puesto patas arriba. China se ha convertido en el garante y defensor del libre comercio; EEUU, bajo el mandato de Trump, amenaza con liderar el proteccionismo en brazos de la Rusia de Vladimir Putin; y Europa, noqueada aún por el brexit y el auge de la extrema derecha en algunos países, tiene la tentación de mirar hacia Pekín como socio para llenar el vacío que pueden dejar Washington y Londres.

Todo ello tiene consecuencias no solo políticas sino económicas que preocupan a los banqueros, y empresarios que se congregaron como cada año en la ciudad alpina de Davos. Uno de los síntomas de estos cambios lo protagonizó el presidente chino, Xi Jinping, quien dejó bien claro en la primera intervención de un líder de ese país en este elitista cónclave que Pekín defiende el libre mercado. Además alertó de la posiblidad y consecuencias de guerras comerciales en las que «nadie gana».

APERTURA DE FRONTERAS

«Muchos de los problemas que afectan al mundo no están causados por la globalización económica», sentenció ante un auditorio que representa una buena parte del poder financiero y económico mundial. A pesar de sus defectos, que los tiene, estos no bastan para justificar que se frene este proceso de apertura de fronteras, sentenció el líder chino.

Davos ha servido para visualizar los retos en un mundo en el que se irá consolidando la Cuarta Revolución Industrial, con la generalización de la automatización y de los robots y el consiguiente impacto en los mercados laborales. En los próximos 10 años, la desigualdad económica y de la distribución de la riqueza, así como la creciente polarización social y los peligros medioambientales obligan a reformar el capitalismo de mercado, concluye el informe que enmarca los encuentros de este año.

No basta con el crecimiento económico, basado en medir si el producto interior bruto sube o baja, sino que hay que tener en cuenta otras variables. Lo dijo Oxfam Intermón en su último informe en el que se refleja el acelerado proceso de concentración de patrimonio en pocas manos: Solo ocho personas acumulan la misma riqueza que la mitad de la humanidad. Y lo reclama también el Foro de Davos, que defiende utilizar un indicador que mida, a la vez que el PIB, los progresos en los niveles y calida de vida de los ciudadanos para emplearlos en practicar políticas económicas que redistribuyan los beneficios del crecimiento.