Así titulaba El Roto una de sus viñetas hace unos meses. Una aguda alarma sobre algunas de las reformas que recientemente están maltratando nuestro sistema institucional. No voy a hablar de estas, sino de otras que están más en contacto con el ciudadano de a pie y que están tan cerca que ni las vemos ni somos capaces de valorar el impacto que tienen sobre nuestra vida y sobre nuestro futuro. Me refiero a las reformas sobre tiempo de trabajo que el legislador ha adoptado para impulsar la creación de empleo y que, si las sumamos a las que se hicieron en materia de flexibilidad interna, configuran nuevos modelos de contratación, como el "contrato a llamada" o el "contrato de 0 horas", peligrosísimos en manos de ciertos empresarios que desconocen las teorías y las prácticas de gestión de personas.

El empresario tiene pleno poder de disposición sobre el tiempo de trabajo y de vida de sus empleados, así que, hoy más que nunca, cobra relevancia una cita de Marx según la cual "los trabajadores no son más que tiempo de trabajo personalizado". La ley institucionaliza la volatilidad horaria, algo preocupante si aspiramos a una recuperación económica sólida y sostenible. ¿Cómo crecer en la improvisación o en el cambio permanente?

Por otro lado, la ley coloca a los trabajadores en la condición de súbditos y no de contraparte contractual. La previsible explosión del contrato a tiempo parcial y de las diversas formas de flexibilidad de la jornada mentarias van a ejercer una fuerza centrífuga de los tiempos de vida de las personas trabajadoras hacia el tiempo de trabajo. Con ello, quedan en una órbita secundaria los tiempos para la formación, el cuidado de las personas, el descanso o el ocio. Algo que equivale a decir que el ejercicio de buena parte de los derechos fundamentales queda condicionado a la calidad democrática de las empresas, a la calidad humana de sus directivos y a la calidad técnica de sus métodos de trabajo. Todo un reto.