Decía ayer el ministro de Economía, Luis de Guindos, que cada reunión bianual del FMI pone el acento sobre una amenaza latente. Y esta ha sido la cumbre de la deflación. Tras la recesión del 2013 en la eurozona, todas sus economías vuelven a crecer salvo Chipre. Pero hay miedo a que la caída sostenida de los precios pueda reproducir en Europa un escenario a la japonesa. También preocupa la posibilidad de un prolongado estancamiento, aunque apenas se haya mencionado. Según los cálculos del FMI, la eurozona crecerá en 2019 un 1,5% del PIB, migajas para paliar el paro y la deuda que empobrecen a millones de europeos.

Países como España e instituciones como el BCE creen que el FMI exagera en su alarmismo sobre la deflación. Los precios en los dieciocho países de la UE cayeron en marzo al 0,5%, el nivel más bajo de los últimos cuatro años, lejos del objetivo del 2%. "Europa no es Japón", dijo el viernes en una entrevista a Bloomberg, Benoit Coeure, miembro del consejo ejecutivo del BCE sobre la deflación. "No solo se deriva de una inflación baja o negativa, sino también de la gente que pospone sus inversiones, su consumo y sus decisiones, y yo no veo eso", añadió.

LA CREDIBILIDAD DEL FMI Es difícil adelantar acontecimientos, pero la credibilidad del FMI cotiza tan a la baja como la moneda ucraniana, uno de los temas de conversación de estos días. El año pasado le pidió perdón a Grecia por no prever los efectos devastadores que tendrían las medidas de austeridad de la troika. Y este año reconoció que se equivocó con el Reino Unido al decirle en el 2013 todo lo contrario, que "jugaba con fuego" si se excedía en el ajuste fiscal. El Reino Unido es la economía que más ha crecido del G7, creando tres veces más empleo que en otras recuperaciones por las que ha pasado.

La gran pregunta pasa por cómo crecer más rápido. Olivier Blanchard, el consejero económico del FMI y el hombre que marca el rumbo, dijo que la clave pasa por elevar la demanda para subir la producción, reducir el desempleo y la espiral de precios a la baja. El problema es que, sobre todo en la periferia europea, el crédito apenas llega a las familias y las empresas. Por eso el FMI considera esencial poner freno a la fragmentación bancaria, que hace que los bancos del centro y la periferia no se presten dinero, y al mismo tiempo completar el saneamiento y recapitalización de bancos españoles, italianos o portugueses para que vuelvan a prestar.