Como muchos esperaban, el Banco Central Europeo tomó ayer una batería de decisiones de calado que, al menos sobre el papel, deberían poner más dinero en circulación y reforzar así la recuperación económica en la zona euro. Se persiguen dos objetivos: en el frente interior, evitar una inflación baja que frene el consumo y castigue a los deudores; en el exterior, depreciar el euro para estimular las exportaciones de la zona al resto del mundo.

El paquete de medidas consta de tres bloques. El primero relaja hasta el máximo la política monetaria: el tipo de interés baja y seguirá bajo durante mucho tiempo, al tiempo que los bancos serán penalizados por depositar en el BCE. El segundo busca que la nueva liquidez se transmita a la economía real, con un programa de préstamos a los bancos, a cuatro años, condicionados a que el dinero termine en las empresas. Finalmente, y no es menos importante, el tercer elemento del paquete consiste en advertir de que no todo está hecho y que el Banco Central Europeo está dispuesto, de nuevo, a hacer lo que convenga para sostener el entramado económico del euro; toda una señal de la gravedad del momento.

El alcance y la variedad de las medidas que ha tomado el BCE son muy notables y su envergadura es solo comparable con el movimiento del verano del 2012, que, para muchos, salvó al euro. Ahora bien, ¿funcionará?, ¿será este el empujón que necesitamos para salir definitivamente de la crisis? Existen, por lo menos, dos factores que pueden limitar seriamente la efectividad del plan.

Solvencia y liquidez

En primer lugar, en términos estrictamente monetarios y financieros, es posible que este paquete se haya quedado corto. Hay que recordar que el BCE lleva tiempo inyectando liquidez sin que el crédito se reanime, especialmente en los países periféricos. Una de las explicaciones más convincentes para ello es que en las zonas del sistema financiero donde todavía hay problemas, estos son de solvencia, no de liquidez. Si este es el caso, hasta que no tengamos sobre la mesa los análisis detallados de los balances de todas las principales entidades de la zona euro, y se tomen las medidas oportunas, seguirá el cortocircuito en el motor del crédito. Aceptando este escenario, mientras el BCE no adopte medidas no convencionales de compras de activos (como las que la Reserva Federal de EEUU adoptó por primera vez cuatro años atrás), no despegaremos. Al respecto, es significativo que Mario Draghi admitiera ayer que el BCE se prepara para estas medidas.

En segundo lugar, hay que ser realista y reconocer que la política monetaria no puede arreglarlo todo. Para que la recuperación económica se afiance y se extienda a toda la zona euro es necesario que haya avances, en todos los países de la zona, en otros dos frentes: las cuentas públicas y las reformas estructurales.

España, precisamente, no puede presumir ni de lo uno ni de lo otro. En el terreno fiscal nos movemos en dirección opuesta a la de la UE. Mientras que nuestra deuda pública sobre el PIB sigue creciendo de forma alarmante, la de la UE en su conjunto ha empezado ya a reducirse. En cuanto a las reformas estructurales, el pulso era muy tímido antes de las elecciones europeas, pero todo apunta a que el tiempo hasta las elecciones generales será tiempo perdido.

En definitiva el BCE de nuevo cumple con su parte del guión y proporciona tiempo y oxígeno. De hecho, es probable que las decisiones tomadas ayer Fráncfort busquen, como en ocasiones anteriores, precisamente que el foco de la atención vuelva a los gobiernos y los parlamentos nacionales para ver si así se deciden a cumplir con su parte.