Quiero repetirlo entre a d m i r a c i o n e s : ¡Cómo ha cambiado Aragón! Porque el cambio es extraordinario, sin olvidar muchos fallos y necesidades pendientes. A bote pronto, sin quitar las manos del teclado, resumo mis positivas impresiones. Consciente de que las generaciones jóvenes quizá no lo sean de que en 1976 estábamos sin libertades, sin medios, sin partidos, con medios de comunicación censurados o perseguidos.

En lo económico, además de GM y otras empresas estratégicas, de Inditex a Yudigar, con el haber de tantas áreas comerciales, de ocio, a pesar de las deslocalizaciones y cierres. Ha crecido algo la población, mucho la renta bruta y per cápita, se exporta bastante; pero el sector primario adolece de riesgos o pérdidas de ayudas europeas (la minería o la agricultura); el turismo y otros servicios crecen apenas impulsados por los gobiernos autonómicos, a veces a precios enormes (de Aramón a Motorland). Estupendas comunicaciones, salvo los trenes de Teruel y Canfranc. La tremenda crisis, no muy bien gestionada, nos impide ver lo mucho que se creció en las décadas de los 80 y 90 del siglo XX. Y a destacar el gran empuje de la Expo a Zaragoza. Y el auge de municipios y comarcas, democráticamente organizados e impulsados. Pero la losa del paro lo machaca todo.

La sociedad envejece, sigue muy conservadora, aterrorizada por las graves pérdidas en el alcanzado bienestar, en especial sanidad y educación. Pero permanece muy viva en grandes ciudades y sus barrios, en luchas sindicales, en defensa temática de muchos asuntos. Hay muchas asociaciones, muchas luchas ciudadanas. Escándalos como el del Real Zaragoza han producido un cierto desapego, quizá pasajero según vayan las cosas, hacia ese deporte rey. Otros muchos escándalos, de La Muela y Plaza a la CAI y otros, esperan aún largos juicios, producen perplejidad, impotencia, como la de otros muchos casos en el resto del Estado, de corrupción, estafas y robos en entes públicos. Y una Justicia lenta, oscura, que castiga como siempre duramente al pequeño delincuente y concede libertades a grandes defraudadores.

En lo político, contra esas vestiduras rotas de sus enemigos (que han salido de debajo de las piedras, gozosos de atacarla), la autonomía ha tenido efectos muy positivos, por conocer y querer más lo nuestro que los tecnócratas madrileños‰, y haber de responder bien cerca (no siempre se hace) de lo prometido e incumplido. Las instituciones cuentan con balance positivo: unas Cortes que legislan mucho y tienen una respetabilidad colectiva indiscutible; un Gobierno de Aragón cuyos consejeros suelen mostrarse impasibles ante muchas críticas (Sanidad y Educación, sobre todo); asesores innecesarios, funcionarios no siempre motivados, opacidad informativa, indiferencia ante los políticos corruptos del propio partido. Y un Justiciazgo dignísimo, que algunos, además de desoírle, querrían suprimir. La mayoría de nuestros políticos son honrados, pero tristes, nada apasionados por Aragón, no siempre muy preparados, y eso se traduce en una creciente apatía popular.

En las relaciones con el Estado y los gobiernos centrales, una escasa y pobre atención, no sólo económica, sino, y sobre todo, desconocimiento, desinterés, cuando no desprecio. El Rey y el Príncipe, por haber estudiado en la Academia Militar, vinculados especialmente: pero apenas se les vio interesados en conocer bien el territorio, sus problemas. Y aún menos los presidentes de los gobiernos, que apenas han venido, desganados, a dar los periódicos mítines, de Suárez y González a Aznar y Rajoy.

Y nuestros medios de comunicación, aun con muchos problemas económicos y presiones políticas, se mantienen laboriosos y discretos.