uando volvemos de un lugar que desconocíamos siempre se nos hace más corto el camino de vuelta que el de ida. Será porque ya conocemos el camino. Tal vez también haya un efecto psicológico, pero todos tenemos muy claro que la traslación del precio del petróleo al de los combustibles es mucho más rápida en la subida que la de bajada. Sube el petróleo, sube la gasolina. Baja el petróleo y, a lo mejor, baja la gasolina.

Será psicología, será realidad, pero la sensación es unánime. Por eso merece la pena hablar de cómo se construyen los precios. Lo primero que hay que tener claro es que el precio de la gasolina es libre. No hay indexación oficial y, si las petroleras quisieran poner a cinco euros el litro, si les comprásemos, pueden. Lo mismo que la barra de pan, otrora con precio regulado, hoy vale entre 50 céntimos y 2 euros. Quien quiera regalarla puede, lo mismo que si alguien decide que es un producto de lujo y superase los 10 euros, el mercado es soberano para decidir e incluso para aceptar tonterías. Es decir, en parte no baja el precio porque ningún competidor ve que una bajada unilateral de precio estimule el consumo en su beneficio. Tal vez el problema sea de competencia escasa, pero la realidad es que si algún operador quiere vender hoy la gasolina a 80 céntimos, puede. De hecho hay gasolineras bajo coste, como las de las grandes superficies comerciales, donde el descuento es considerable, esté el petróleo como esté.

También hemos de considerar los tipos de cambio. El precio del petróleo se fija, sobre todo, en dólares y ahora el euro está débil respecto del dólar. Lo que nos viene muy bien para exportar nos viene fatal para importar, entre otras cosas, petróleo. Cuando el barril rozaba los 200 dólares estábamos felices porque el dólar estaba débil y el incremento de carburante no era tan grande. Ahora es al revés.

Pero lo más importante que hay que tener en cuenta, como en el precio de la luz, es que una gran parte de la gasolina son impuestos, y muchos de ellos no son porcentuales ,sino una cantidad fija. Si las petroleras se convirtiesen en oenegés y no reflejasen ni sus costes ni aspirasen a ningún margen, el litro de gasolina valdría, al menos, unos 60 céntimos de euro, si no más, porque ese ingreso está en los Presupuestos Generales del Estado. Hay que ser conscientes de que cuando leemos, año tras año, que suben los impuestos especiales, la traducción es que cada vez fumamos menos tabaco, bebemos menos alcohol y repostamos menos gasolina por el mismo dinero, ya que cada vez más se han convertido en un vehículo recaudatorio.

En resumen, los carburantes llevan dentro de su precio excesivos impuestos, se compran en dólares, y ahora está caro, y para redondearlo la presión competitiva no es muy alta (por decirlo suavemente). Este cóctel hace que la ley de la gravedad no aplique a los precios del carburante y sea mucho más sencillo subir precios que bajarlos. Si Newton levantase la cabeza puede que no lo acabase de entender.