Bastaba con recordar las turbulencias que se vivieron en Europa durante el segundo semestre del 2010 para augurar --del latín: observar lo que predicen las aves-- que las decisiones políticas en Grecia no son recibidas de buen grado por los especuladores globales. ¿Tanto peso tiene Grecia en la economía global? En absoluto. ¿Entonces? Pues lo mismo que hace cuatro años: comparte moneda con las principales economías europeas, sean del norte o del sur. Y de ahí al efecto dominó no queda ningún paso, solo el soplo de algún operador nervioso en Atenas --seguramente conectado con Londres-- insinuando que los representantes del pueblo griego se equivocan para desencadenar el resto. Llamada masiva a las ventas en todo el continente.

Hasta que alguien, en algún corro bien informado, advirtió que repetir las operaciones de hace cuatro años sería equivalente a reconocer que nada se ha hecho en la eurozona. Y tampoco era cuestión de negar esa nueva realidad por la simple necesidad de ajustar carteras a dos días del cierre del 2014, con toda la carga simbólica de conocer la cifra de los índices del 31 de diciembre del 2014 y compararlos con los del 2013. En ese momento, al final de las cotizaciones en Europa, los inversores optaron por mirar de reojo cómo valoraba Wall Street lo que había sucedido en Grecia y en cuanto los americanos dijeron que no era para tanto, los principales indicadores europeos regresaron a la tranquilidad. El Ibex 35 acabó perdiendo solo un 0,84% y se quedó en los 10.394 puntos. Un día cualquiera.