Nacida hace más de un siglo, la histórica compañía castellonense de medias Marie Claire ha vividos dos guerras mundiales, una guerra civil y un puñado de debacles financieras locales y globales. “Pero esta crisis del coronavirus es de las gordas”, advierte su gerente y copropietario Alberto Planell junto a las máquinas que han reconvertido para fabricar mascarillas.

Pero la actual situación es también, subraya, una oportunidad para reindustrializar un país “que tiene una potencia enorme pero que ha perdido buena parte de su tejido” y pone el foco en la ciudadanía.

“Debe haber voluntad por parte de todos, yo creo que la de los empresarios y trabajadores existe, la administración debe ayudar y los ciudadanos se deben concienciar. Comprar ‘low cost’, es llevarse las fábricas fuera, nos estamos cavando nuestra tumba”, explica a EL PERIÓDICO.

“Ahora hay una sensibilidad especial por el momento en el que estamos viviendo pero ya veremos qué pasa después, si la gente prefiere seguir comprando producto barato, de mala calidad, que puede estar hecho por niños, de empresas que no pasan auditorias… debe haber conciencia”, reclama directo.

Como otros estos días, ellos la han tenido y han pasado de los pantis a los productos sanitarios. “Ante el caos y la demanda de material para los sanitarios hace quince o veinte días, como otras empresas, nos pusimos en marcha. Ya estamos haciendo mascarillas y esperamos que pronto se homologuen las batas. El objetivo es hacer 25.000 mascarillas y 15.000 batas al día”, explica a EL PERIÓDICO.

Una de las operarias de la fábrica de Marie Claire acabando una mascarilla / MIGUEL LORENZO

Además de la contribución, eso ha permitido que unos setenta de sus 550 trabajadores sigan trabajando y no engrosen el ERTE por la paralización de actividades no esenciales. La idea es llegar a 120 en pocos días.

Vilafranca, no Asia

Con una gran fábrica en Vilafranca (Castellón) y un centro logístico (que incluye también un pequeño taller) cerca de la capital de la provincia, la firma es una de las pocas que en los últimos años se negó a deslocalizar la producción en Asia o el norte de África.

“Somos una especie a extinguir”, bromea Planell, que como Silvestre González entró como directivo de la mano de unos fondos de inversión españoles y terminó comprando una empresa que a finales de los 80 fue vendida por sus propietarios originales a un fondo inglés.

“Cuando nos quedamos la empresa en 2004 nuestra idea siempre fue, por responsabilidad social, mantener el empleo tanto en Vilafranca como en Castellón. Hemos vivido varias crisis, por la apertura del mercado a países del Este o por la financiera de 2008 pero hemos mantenido la apuesta por la producción nacional y siempre hemos contado con el apoyo de los trabajadores”, señala.

Pero la realidad es la que es y sólo en la última década han presentado dos ERE que han reducido en casi trescientos su número de empleados. De rozar los mil, a pasar por poco los quinientos.

Campañas inciertas

Para tratar de no naufragar en este complicado trayecto decidieron diversificar y ahora las medias suponen el 70% de su producción, los calcetines el 20% y la ropa interior y los trajes de baño el 10%. Y no saben qué parte de eso se llevará por delante el covid-19.

“Nos planteamos muchos escenarios, empezando por los más críticos, que supondrán que cuando todo este pase ya haya acabado la campaña de verano. Ya estamos teniendo los primeros impagos. Se supone que después el consumo bajará y con él la producción”, analiza con calma. Han salido de muchas otras y cree que también saldrán de esta. Pero toca arremangarse.