Tres jóvenes relatan sus historia en el mundo laboral, marcadas todas ellas por la temporalidad, los sueldos bajos o las profesiones indeseadas.

NÚRIA SOTO, REPARTIDORA (24 AÑOS)

Núria Soto ha sido ya, a sus 24 años, captadora de socios para una oenegé, camarera, promotora de discotecas, auxiliar en una guardería y hasta estatua en las Ramblas. Hasta ahora no ha conocido lo que es un contrato que no sea temporal y tampoco uno del que pudiera presumir que estaba bien pagado. Su penúltimo trabajo, que compaginaba con sus estudios universitarios de periodismo, fue de repartidora de comida a domicilio para Deliveroo. Cuando no estaba en clase y para pagarse la matrícula se recorría la ciudad con la bolsa azul celeste de la marca británica a sus espaldas.

"Me convenció por la flexibilidad y los buenos ingresos. Pero no es verdad", cuenta. Núria explica que el oficio de 'rider' no sale rentable si no inviertes muchas horas, algo que la empresa incentiva tanto en el pago, como por la posibilidad de hacer más. Insatisfecha por las condiciones se juntó con otros repartidores como ella y montaron 'RidersXDerechos'. Esta sección sindical le montó la primera huelga de repartidores a Deliveroo en España y ha sido el embrión de la que quiere ser su competencia: la cooperativa Mensakas.

Actualmente Nuria y nueve personas más ultiman los flecos de una aplicación de reparto de comida a domicilio que prevén lanzar durante el primer trimestre del 2019. "Es comprensible que dada la precariedad actual muchos jóvenes digan 'no tengo tiempo para reclamar mis derechos'. Pero nosotros estamos demostrando que existe una alternativa responsable a la precariedad de estas empresas", afirma.

FÈLIX MARCOS, ENFERMERO (36 AÑOS)

"Llevo 10 años sin pasar una Nochevieja con los míos, y eso quema", cuenta Fèlix Marcos. Este enfermero de 36 años actualmente trabaja en el centro de atención primaria Margall, de Barcelona, aunque antes había pasado por cuatro hospitales diferentes. "Ahora cobro menos que en el Hospital Sant Pau -su anterior destino- pero tengo más estabilidad", explica.

Esa "estabilidad" se traduce en que actualmente se encuentra cubriendo la baja de un compañero. Es decir, tiene su enésimo contrato temporal, pero un horario fijo y de una duración de unos dos meses. En el abultado historial laboral de Fèlix, que muestra con una mueca irónica, es larga la lista de contratos de duración de uno, dos o tres días. "Trabajo no me ha faltado y el sueldo no está mal, en comparación con lo que se cobra en otras profesiones, pero el estar siempre pendiente del teléfono para saber si trabajarás la semana que viene o no desgasta", cuenta.

La temporalidad crónica en la que vive Fèlix, y muchos otros profesionales del sistema sanitario español, se extiende hasta los aspectos más cotidianos de su día a día. "El contrato del piso de alquiler en el que vivo con mi pareja lo tuvo que firmar ella. Nadie hubiera aceptado mis nóminas", explica. Este enfermero se queja de la falta de reconocimiento profesional que supone la gran inestabilidad en la contratación. También del perjuicio para el ciudadano que acarrea, ya que impide que muchos profesionales sanitarios se especialicen lo suficiente para elevar al máximo la calidad del servicio.

IRENE NAVARRO, DEPENDIENTA (21 AÑOS)

Para Irene Navarro la palabra contrato no está asociada al adjetivo duradero. Dio el salto al mundo laboral el año pasado, entrando a trabajar para la marca de ropa Stradivarius. Al poco se cambió a Parfois, otra marca de ropa y accesorios, en un traslado que le permitió trabajar más cerca de su casa. No obstante, lo que debía ser un periodo de adaptación para un trabajo de media jornada se convirtió de pronto en una enorme responsabilidad.

Si el contrato firmado era de 15 horas semanales, Irene relata que hacía normalmente entre 30 y 40 horas. "Era un suplicio, tenía que llegar a la tienda dos horas antes de que abrieran" afirma, quejándose de un sueldo "insuficiente". Cobraba 5 euros la hora, pero muchas de las horas extras no las llegó a ingresar nunca. "Mi compañera y yo asumíamos mucha responsabilidad y no cobrábamos en consecuencia. Los encargados no estaban, nos dejaban solas y sin ayuda para todo el volumen de trabajo que teníamos", se queja.

Irene trabajaba y trabaja para costearse los estudios y contribuir en casa. Saturada por un contrato parcial que escondía una jornada completa, a los tres meses acabó dejándolo. Desde entonces ha ido saltando de empleo en empleo, alguno de dos semanas y otros de mayor duración. A principios de septiembre pero, se acabó asentando en un McDonalds y cuenta que se siente "feliz" por el trato de sus compañeros. "Es un sitio donde he encontrado cierta estabilidad y unos buenos compañeros", explica, contenta de poder coger un poco de aire tras varias experiencias de las que no guarda un buen recuerdo.