Ya ha terminado la etapa de los parabienes innumerables que iba a deparar a toda la economía mundial la caída continuada del precio del barril del petróleo --que tiene un cálculo distinto del precio de los carburantes-- dentro de la guerra geoestratégica entre EEUU, Rusia y Oriente Medio (con sus dos polos, Irán y Arabia Saudita). Pero esta panacea procedente del Golfo pérsico tiene su envés: la pujanza de EEUU hace revaluar el dólar, las economías emergentes que tienen su divisa referenciada a la norteamericana empiezan a sufrir los efectos de la nueva paridad, los ahorradores profesionales que se endeudaron contra esta materia prima también ven peligrar su prima de riesgo ante los prestamistas de sus operaciones de alto riesgo.

El testigo mudo e impotente de toda esta movida, Europa, vuelve a concentrar su atención, otra vez, en el viejo problema de la mal resuelta crisis de Grecia. Hace ya seis años que la mala solución europea sobre Grecia fue obligarla a endeudarse hasta niveles de imposible devolución. Mal que les pese a los apóstoles del mercado libre y sus leyes inexorables, el efecto interno en Grecia de ese ahogo irracional ha sido la polarización de su sociedad. Ahora los gestores de carteras, inquietos ante un fin de año más agitado de lo que habían programado, han de volver a revisar sus cuentas ante el abismo al que se ha llevado a Grecia. Y, de paso, cotizar desde ahora mismo los efectos no deseados del precio del barril. El Ibex 35 perdió un 0,62% en sintonía con el resto de Europa, hasta los 10.369 puntos.