A finales de los 60, el principal edificio de la ONU en Ginebra era el de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Democristianos y socialdemócratas dominaban la política mundial. Años más tarde, aquel centro fue ocupado por los negociadores de la liberalización comercial (GATT) la actual Organización Mundial del Comercio (OMC). Hoy la arquitectura emblemática en la ciudad suiza está dominada por el centro de convenciones de la OMPI, para el debate y promoción de la propiedad intelectual (por resumir, patentes y multinacionales). La mejor dotada de personal. Pero a la vez, emergen otros dos edificios para otras necesidades globales: La ACNUR, agencia para los refugiados, y la OIM, dedicada a las migraciones.

Con esta clarificadora imagen de la evolución de la silueta de edificios singulares de Ginebra, el economista británico Guy Standing, uno de los principales investigadores sociales europeos, aborda la evolución de la globalización en lo que va de siglo. Su libro La corrupción del capitalismo (Pasado&Presente), es complementario de su otro título de éxito de hace siete años: El precariado (Pasado&Presente). Este último describía los efectos de la globalización financiera en la clase trabajadora; el reciente, las causas. Son 30 años de investigación de un académico británico que en el cambio de siglo trabajó en la OIT. «Escribo desde la izquierda», advierte.

No existe una definición canónica de quién pertenece al precariado, neologismo que fusiona precario y proletariado. Ni siquiera sus miembros saben que coinciden como clase social emergente, aunque desde la descripción que hizo Standing en el 2010, han pasado unas cuantas elecciones en Europa como para detectar qué votan, y no es socialdemocracia ni poscomunismo. Un precario es quien ha perdido la seguridad laboral, los ingresos regulares, clase media que deja de serlo. No son excluidos sociales.

Una investigación exhaustiva, decenas de documentos y estadísticas consultadas, más voluntad divulgadora, llevan a Standing a recuperar dos términos para describir lo último de la globalización: rentismo y plutocracia. Sobre el primero, dice que hoy «la nueva lucha de clases ya no es entre burgueses y proletarios sino entre precarios y rentistas [ingresos por la propiedad del capital, sin función de crear riqueza]. Keynes lo detectó en los años 30, pero no previó que el capitalismo crearía una infraestructura para proteger a los rentistas». Un indicio es la OMPI.

En la mitología griega Plutos es el dios de la agricultura, la tierra que aporta riqueza. En la romana ya es convertido en fortuna por el azar. Aristófanes lo convierte en comedia de intriga: Plutos es deidad ciega, ¿Porque puede ayudar a cualquiera que fuere honrado o porque no quiere los efectos de quien hace fortuna? Responde rápido Standing: «La plutocracia está ciega por pretender imaginar un mundo diferente. Solo piensan en acumular, y no lo necesitan. Es insostenible política, económica y socialmente».

No es Standing un anticapitalista sino un delatador de sus corrupciones intrínsecas. Dos son de impacto por lo bien que el ecosociólogo las describe: las patentes que protegen a las grandes corporaciones de inventos que en su mayoría provienen de investigaciones públicas; y las subvenciones y exenciones fiscales (capitalismo de amigotes) que han corrompido a gobiernos y partidos. El autor tampoco es un milenarista de los que auguran el fin del trabajo por los robots. «Habrá otros empleos», dice.

¿Y qué edificio le gustaría que destacara en el futuro en Ginebra? «El dedicado a los derechos humanos», sentencia.