Luis de Guindos llegó al Ministerio de Economía y Competitividad a finales del 2011, en plena crisis económica. Los seis años transcurridos desde entonces pasarán a la historia como un oscuro período de austeridad en el que Guindos tuvo que pedir un rescate bancario, España perdió la silla en la cúpula del BCE, el ministro no logró convencer a sus socios para ser presidente del Eurogrupo y a punto estuvo de recibir una multa millonaria por incumplir el déficit.

Su primera tarea fue explicar en Bruselas los motivos de la decisión unilateral de elevar del 4,4% al 5,8% el objetivo de déficit público. A aquel «difícil» momento, «el más complicado» de su carrera, según reconoce ahora, le corresponde la fotografía del entonces presidente del Eurogrupo y actual presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, echándole las manos al cuello. Una metáfora de lo que estaba por venir. Años de presiones y austeridad a la que España, al contrario de lo que haría posteriormente Portugal, no se resistió. A cambio, Guindos logró oxígeno en forma de tres prórrogas sucesivas para rebajar el déficit por debajo del 3%.

Otro de sus peores momentos se produjo el 9 de junio del 2012. Aquel día, tuvo que dar su brazo a torcer y solicitar lo que hasta entonces había negado: un rescate de hasta 100.000 millones para tapar el agujero de la banca y evitar una estampida de dinero. La nacionalización de Bankia, meses después de su salida a Bolsa de la mano del exministro Rodrigo Rato, desencadenó la intervención. Lo que eufemísticamente calificó de «préstamo en condiciones muy favorable» -de 41.300 millones- terminó concretándose el 20 de julio del 2012 con un memorándum de recortes, una estrecha vigilancia de los hombres de negro con visitas semestrales a España y una auditoría independiente a la banca.

Mientras en Bruselas se cocinaba el rescate, a 400 kilómetros de distancia, en Fráncfort, España perdía el influyente puesto que hasta entonces había ocupado en el consejo de gobierno del BCE y que alejaba al país de la liga de los grandes. Ocurrió unos días antes, el 9 de julio del 2012, cuando el luxemburgués Yves Mersch logró imponerse al candidato presentado por Guindos, el jurista Antonio Sainz de Vicuña.

Tras ese annus horribilis, el siguiente gran fiasco se produjo tres años después, en julio del 2015, cuando Guindos intentó el asalto a la presidencia del Eurogrupo presumiendo de su gestión económica y de haber puesto en vereda las cuentas españolas. El tiro le salió por la culata. Presumió de contar con el apoyo de Alemania, pero perdió en la votación final frente al holandés Jeroen Dijsselbloem. Según el Gobierno la derrota fue por la mínima, 10 a 9. «A veces se gana y a veces se pierde», se resignó Guindos entonces. Según fuentes holandesas, se hicieron con el puesto por un amplio margen de 12 a 7.

La mejoría económica de los últimos años no ha suavizado la presión. El continuo desvío en el déficit y los problemas del Gobierno para aprobar los Presupuestos le han puesto en más de una ocasión contra las cuerdas y bajo la amenaza de convertir a España en el primer país de la Eurozona sancionado por vulnerar las reglas del déficit. Guindos consiguió salvar in extremis el partido. En julio del 2016 esquivó una multa de 2.000 millones y cuatro meses después la congelación de 1.300 millones en fondos estructurales. Ahora pasará de pilotar un barco rescatado a garantizar la estabilidad financiera de toda la Eurozona.