Nos envuelve un ruido que resulta cada vez más difícil de apreciar. Y no se trata de aquel sonido celestial al que aludían los pitagóricos cientos de años atrás. La escasez de crédito, el aumento de la desigualdad social, el exagerado nivel de paro juvenil, el drama de la pobreza infantil o la errónea institucionalización de la corrupción son tan solo algunos de los ejemplos de ruido original. Pero existe un poder capaz de transformar el ruido en silencio, capaz de entonar desafinadas melodías de seducción, capaz de crear si es preciso un nuevo ruido adicional. Al alcance de los gobiernos está convertir un ruido como el de la inmigración en un factor que constituya la salvación o la perdición de toda una nación. Al alcance del poder está la capacidad de transformar un sector financiero desequilibrado y piramidal en el paradigma de la regulación y la solvencia bancaria internacional. En ocasiones todo vibra con el ruido que resulta necesario oír, por mucho que el mapa de los sonidos acabe probando la existencia de un vertedero en el lugar exacto donde un tesoro presentaba originalmente su ubicación.

Existe hoy, sin embargo, un nuevo ruido seductor que nos hace confiar en haber encontrado el auténtico camino de la recuperación. La nueva tendencia del mercado laboral confirma la existencia de menos paro y más afiliaciones a la seguridad social. La estacionalidad de la economía reforzará con total seguridad esta evolución en los próximos meses y la música alcanzará un tono cuasi celestial. El fantasma de la deflación, la elevada morosidad bancaria o la elevada cuantía de la deuda pública seguirán añadiendo, no obstante, unos cuantos tonos de perturbación. Y los rumores de España, Europa, América, África o Asia se seguirán escuchando mientras la construcción del mundo global se sustente en cimientos de cristal, mientras la lógica desmemoriada se mantenga erguida ante el abismo de la competitividad internacional y la búsqueda única del bienestar nacional.