Europa supuso durante décadas para muchos españoles una aspiración. Una España ensimismada, enrocada en sus carencias, inseguridades y complejos parecía el extraño apéndice de un continente de libertad y progreso. Europa fue vista como la solución a lo que se llamó --el problema de España--, un concepto que hizo fortuna para referirse a la incapacidad del país de incorporarse a la modernidad cultural, económica, social y política. La aspiración se convirtió en un reto con la incorporación de España a las naciones democráticas. Supuso un esfuerzo titánico para nuestro país pero a la vez constituyó un factor unificador de voluntades políticas y sociales. Los españoles mantenemos una confianza en las instituciones europeas mayor de la que se da en otros países de la Unión. Sin embargo, veintiocho años después de la entrada de España en la Comunidad Económica Europea,parece que Europa ya no es una solución, una aspiración o un reto. Es vista incluso como un problema. No me resigno a que se considere de esta manera. Estoy convencido de que es más que nunca el mejor resorte para que España gane su futuro. Mi planteamiento, el del Partido Popular, se resume en la necesidad de más Europa, de una Europa más fuerte con una España que desempeñe un papel protagonista. Los valores de libertad y progreso que abanderaron los fundadores de las primeras instituciones europeas permitieron primero superar una brutal guerra y, más allá, poner fin a las continuas tensiones por los equilibrios de poder que mantuvieron Europa en un conflicto de siglos. De los intereses particulares de países se dio paso a un objetivo común. El desempeño compartido derribó fronteras económicas, fue ampliando la casa común y sentó las bases de una unión política en la que se trabaja todavía y en la que es necesario seguir avanzando. España dejó de ser lo diferente, lo ajeno, lo exótico para incorporarse de pleno derecho y por propios méritos a este proyecto. Los españoles, su esfuerzo y su sacrificio, han sido los artífices de esta trayectoria que, sin rubor, podemos calificar de exitosa.Las voces oportunistas que gritan "Europa es culpable" de la crisis económica y financiera --o al menos de su agravamiento--, de la dura situación de muchas familias, de la quiebra de empresas, del paso renqueante en la construcción de la unión política en estos años de intensa lucha contra la recesión olvidan cuanto de favorable nos ha resultado la pertenencia a la Unión Europea. En términos económicos, España ha crecido en un 50% de PIB per cápita desde su integración. Y si para nuestro país Europa ha resultado favorable, para Aragón incluso mejor. En Aragón, este crecimiento se ha elevado al 60%.

Durante estos más de cinco lustros se han abierto puertas a nuestras empresas y nuestros trabajadores, se ha incrementado la posibilidad de formación de nuestros jóvenes y hemos mejorado nuestras infraestructuras de comunicación hasta convertirnos en un país de vanguardia en este aspecto y poder extraer todo el potencial de nuestra ubicación geográfica. Europa permite a nuestras empresas una fortaleza mayor y mejores posibilidades para competir en un escenario global que cambia necesidades y retos a una velocidad de vértigo. Finalmente, tenemos en Europa un apoyo eficaz para quienes se empeñan en plantear de España un problema con el que justificar bastardos intereses secesionistas. Toda esta trayectoria ha tenido una guía política. Es el tiempo de reivindicar el valor de la política. Con demasiada alegría se descalifica esta actividad como si únicamente fuera el territorio de provechos particulares, del arribismo o la corrupción. Las elecciones del domingo deben ser un antídoto precisamente contra el populismo que pretende menos Europa. Blanden aspiraciones antidemocráticas en nombre de la democracia. En las elecciones del domingo está en juego la continuación del éxito de 60 años de construcción europea. Para lograr más Europa y una España más fuerte en Europa resulta conveniente la consolidación de la mayoría de los populares europeos en la eurocámara. Porque el Europarlamento debate --un valor por sí mismo-- pero también decide. Sus capacidades normativas fueron reforzadas en el Tratado de Lisboa. Posee, por ejemplo, la capacidad de elección del presidente de la Comisión y de refrendo del colegio de comisarios, instancia esencial en el sistema decisorio de la Unión. Lo hemos venido repitiendo: Las decisiones en Europa influyen decisivamente en nuestra vida. Esta es la realidad y no la caricatura de un parlamento ocioso presentado injustamente como destierro para políticos en retirada. Y al final, la piedra de toque del éxito de la Unión estará en el trabajo. Lograr más y mejor empleo será la garantía del crecimiento, del bienestar social y el pleno ejercicio de las libertades a los que aspiramos.