El hecho de que antes de una campaña el 42% del electorado no tenga decidido el destino o el sentido de su voto se antoja como una oportunidad para que los partidos se esfuercen en poner en perspectiva y con claridad en qué dirección pretenden gobernar, y si lo fundamental es la idea de España frente al mundo o si lo realmente importante son los españoles, todos y cada uno de ellos. Hay de donde partir: en su último estudio económico sobre nuestro país, la OCDE reflejaba que pese a que en los recientes ejercicios se ha crecido de manera más rápida que la mayoría de los países homólogos de la zona euro, el reto, ahora mismo, es que este crecimiento «sea más inclusivo y beneficie a todos».

España es el cuarto país más desigual de la UE y el segundo en el que la distancia entre ricos y pobres ha aumentado más. Según estima Oxfam, harían falta once años, en el mejor de los casos, para recuperar los niveles de igualdad que había antes de la crisis. Quizás esta cuestión debería centrar la agenda estos días, pero es obvio que estamos muy lejos de eso. Las campañas están planteadas como un campo de minas para que los rivales cometan errores que les condenen solos, y no para apuntarse tantos propios. Eso y nada más es lo que ha habido detrás del redebate sobre los didebates televisivos, con sus bochornosos efectos colaterales.

Los vaivenes de Pedro Sánchez tienen explicación pero no justificación: va primero en las encuestas por la inercia de la moción de censura y sabe que en España el poder no se gana pero sí se pierde. Repasen la lista. Su iniciativa ahora mismo es resistirse a tomar iniciativas. Eso queda para los aspirantes.

Por su izquierda, Unidas Podemos, lejos del impulso del 15-M, y pese a que su mensaje de redistribución de recursos y justicia fiscal es el más poderoso, viene lastrado por sus luchas internas, su facilidad para la fragmentación y la desmovilización y repliegue que conducen a la abstención, su gran enemigo.

Justo lo contrario ocurre en la derecha, que ahora mismo parece saber gestionar mejor la frustración ciudadana, con la receta que llevó a Trump a la presidencia de EEUU. Tienen un programa llamado a agudizar las desigualdades, pero han incorporado el bulo continuado como estrategia para marcar el ritmo informativo y desviar la atención. Visto lo visto no queda otra que insistir en que, como decía un tuitero, la jornada de reflexión es el día previo a las elecciones y no el posterior. Entonces ya no habrá remedio.