Pocos creyeron lo que ahora parece que tantos sabían que ocurriría, que fue esta debacle tan honda que es capaz de llevarse por delante al PP. Al menos al PP que hemos visto y conocido: para seguir siendo, el Partido Popular tendrá que ser otra cosa y situarse no donde digan las encuestas, sino la ideología, lo que resulta más inextricable. El partido que empezó la década con 10 millones de votos -la casa grande la derecha española-, la termina con cuatro, a menos de un punto de diferencia de su principal socio que, por tanto, es su principal enemigo, Ciudadanos. Y todos o muchos de quienes le ponen verde en los grupos de WhatsApp peregrinaron a Génova para declarar en las puertas mismas de la sede, con España por testigo, que a Pablo Casado, tan joven, tan recién elegido, hay que darle tiempo, justo lo que no se sabe si el partido tiene. Tiempo. Con la prisa que tenían por que se votara, se han puesto a andar despacio una vez que se ha votado.

Cuando hablan de tiempo lo que algunos pretenden decir es un mes, porque es lo que falta para las elecciones y, por tanto, para que la política regrese a la vida y pueda negociarse todo a la vez. Lo negarán, claro, pero será lo de siempre, en una mezcla que incluirá ayuntamientos, autonomías y quién sabe si hasta ministerios. Hasta entonces, los partidos dedicarán las horas a silbar. Hubiera sido el escenario más propicio para Mariano Rajoy, que era el hombre que mejor esperaba de España, pero es tarde para Rajoy como lo es para José María Aznar, con la sutil diferencia de que Rajoy lo sabe. Ahora es, en fin, cuando de verdad se entiende el eslogan de los socialistas: haz que pase (el mes de mayo). Fueron a José Luis Ábalos a preguntarle cuándo empezarían las negociaciones para formar Gobierno y con quién y a quién pensaba llamar primero y Ábalos se revolvió con las manos en los bolsillos: «Me han estresado con tanta pregunta. Tranquilidad».

¿Qué podrá hacer el Partido Popular este mes de mayo al que, antes de que haya nacido, han dado por muerto? Todo giro apresurado parecerá tan artificial como cualquier eslogan, síntoma de desesperación. Eso demuestra Casado al llamar de pronto extrema derecha a sus socios de Vox, a los que anteayer ofreció un puesto en un eventual Gobierno. Casado ha visto la luz que no le dejaba ver el halo de Aznar, que refulge con fuerza abdominal.

En el PP aplauden con una mano mientras con la otra preparan nuevos guasaps por la falta de rumbo. Ahí les tienen, dando las soluciones para una derrota a la que ellos contribuyeron o predicando la vuelta al centro quienes, como Juanma Moreno Bonilla, gobiernan gracias a Vox o quienes, como Alberto Núñez Feijóo, se retiraron de la pelea por el liderazgo a la que Casado sí concurrió. Casado, por lo menos, puso la cara para que se la pudieran partir los suyos: porque son los suyos los que le pusieron, los compromisarios, que votaron en el Congreso del PP el mismo discurso con el que Casado se presentó a las elecciones y le ha granjeado el peor resultado de su historia. ¿Quién les pide cuentas ahora? Seguro que para eso tampoco encuentran tiempo por mucho que hayan detenido el reloj.