Si Mariano Rajoy eligió la víspera de la Nochebuena para convocar elecciones en el 2016, Pedro Sánchez no iba a ser menos y optó por hacer coincidir su campaña electoral con la Semana Santa, que es una fiesta tan señalada y trascendente en la vida de Jesucristo como la que celebra la Natividad, pero encima con mejor tiempo. Perfecto para disfrutar de los primeros calores, aunque este año den lluvia. Encima, en Aragón la semana de Pasión se empalma con el puentecillo del día de la comunidad. Una jornada solemne que tiene como referencia a un santo que mató un dragón, y aunque era turco consideramos nuestro y lo compartimos con ingleses, rumanos y, ¡oh!, también esto, con los catalanes. San Jorge, Chorche y también Jordi.

Con tantos días de fiesta, la agenda política decae y si ya de por sí la una campaña estaba diseñada para cubrir el expediente, en los próximos días se reduce a la mínima expresión. Por no haber, el sábado no hay ni periódicos, en una antigua tradición que aún se conserva de que los periodistas deben guardar fiesta una fecha tan sagrada como el Viernes Santo.

Para colmo, el debate sobre los debates también afectará al gran acto que tenía previsto celebrar el PP el próximo lunes, con el mitin de Pablo Casado, que tiene visos de suspenderse al coincidir con citas televisivas, aún no se sabe si con Sánchez o sin él. Ante este panorama, los candidatos reducirán sus agendas y no será difícil ver a algunos en las procesiones, ya que en esta campaña se habla poco de educación, sanidad y las cosas de las que siempre se habla en campaña y mucho de cosas que de repente parecen vitales: la caza, la pesca, las banderas y las naciones o el derecho de cada uno a rezar, ponerse cadenas de penitente, portar terceroles o capirotes, ayunar, hacer promesas, sacar el pañuelo en la feria taurina de primavera o irse a la playa, al pueblo, a esquiar o encerrarse en casa. Nada más peligroso que la apropiación ideológica de los sentimientos, las creencias y las emociones.

Si todos los políticos que estos días harán una exaltación pública de su religiosidad, profesaran la misma devoción los domingos que no hay cámaras por medio, las iglesias estarían llenas. Y el CIS se encarga de demostrar cómo año tras año este país es menos religioso. Lo que no recoge el CIS es que que cada año este país parece más botarate. Así parece que algunos quieren que sea y montan y exageran grescas, la forma menos inteligente de defender el laicismo o el derecho de cada uno a creer en lo que le da la gana.

La mejor mezcla de religión, identidad y debates que importan más bien poco pero que se elevan a categoría de trascendentes son el patrimonio eclesiástico que la obstinación del obispo de Lérida y el delirio nacionalista mantienen en esta ciudad a pesar de que deberían estar hace años en Barbastro. Ayer eligió este asunto el PP para llevarlo a la campaña y atizar a Sánchez y Lambán, al que acusaron de inacción cuando si en algo ha estado activo Lambán ha sido en divulgar nuestros panteones reales, diseñar calendarios con la historia de Aragón, en invocar a las señoras de Sijena y en encararse vía tuiter contra cualquiera que trate de manipular nuestra historia. Especialmente si viene más allá del Cinca. Si es más allá del Moncayo es otra cosa. Para no hacer nada, el PSOE cuando gobernó gastó diez millones en un museo, el de Barbastro, que a pesar del aparente interés colectivo que hay en Aragón por nuestro patrimonio, no visita casi nadie. Y eso a pesar de que a Barbastro se puede acceder por una estupenda autovía.

Así son algunos de los debates de esta campaña. Aunque los hay aún mucho más extraños: a estas alturas, todavía se preguntan algunos que aspiran a gobernar qué es una violación y qué es el machismo y el feminismo. Ni siquiera ese debate se ha superado.