¿Para Amanda, pongo en la dedicatoria? ¿Amanda, como la de Víctor Jara? ¡Ah, cuántas veces habré cantado esa canción! Aún me emociono cuando la oigo. El otro día recibí un mensaje de apoyo que me llenó de gozo. ¿Sabe quién me lo enviaba? ¡Paco Ibáñez! Las canciones de Jara y de Ibáñez son el fondo musical de mi despertar a la política.

Empecé bastante temprano, a los 14 o 15 años. Creo que a esa edad ya tenía una conciencia política más o menos formada. Era influencia familiar, claro. A mi padre, Juan, que es abogado, como mi hermano y yo, siempre le apasionó la política. Es socialista, aunque nunca ha tenido carnet. Yo soy el único militante de la familia, desde los 18 años. Y, sobre todo, está el recuerdo de mi abuelo paterno, Juan Rodríguez Lozano. Ya sé que siempre hablo de él, pero es un referente ineludible en mi familia y muy emotivo para mí. Era capitán del Ejército republicano. Los franquistas lo fusilaron en 1936. Su memoria influyó de forma decisiva en la formación del pensamiento de mi padre y en el mío. Sentimos una especie de obligación familiar de vindicar el nombre del capitán fusilado. Por eso me gusta no olvidarme del apellido Rodríguez, aunque sé que es imposible evitar que me llamen Zapatero a secas. Es inútil: Zapatero es menos común, es muy castellano, muy vallisoletano, judío, como todos los nombres de oficios.

Mire, no se pierda esto. Lea lo que dice Ana Mato dirigente del PP en esta entrevista: que a los 5 años, atención: ¡5 años!, mientras sus amigas jugaban a ser princesas, ella ya soñaba con ser ministra del Interior. ¡Qué horror! Aunque yo tampoco deseé nunca ser futbolista, ni astronauta, ni bombero. Siempre, desde pequeño, imaginé un futuro ligado al mundo de las leyes. Claro, me miraba en el espejo de mi padre. Tuve una infancia cómoda, rodeada de bienestar. Me sentía a gusto con mi familia, con mi hermano, Juan, que es cuatro años mayor que yo y a quien siempre he estado muy unido.

El bólido rojo

Guardo de aquella época un recuerdo muy intenso que aún me viene a la memoria: un estupendo coche rojo de pedales que me regalaron por Reyes cuando tenía 6 o 7 años. Cuando lo vi, me volví loco. ¡Cuántas horas pasé en las calles de León pedaleando en aquel bólido!

Tengo dos grandes recuerdos más. La primera trucha que pesqué. Era una buena trucha, oiga. Fue en Carrizo de la Ribera, en el río Orbigo, en León. Tenía yo 12 o 13 años. Me encanta la pesca; en León, es la actividad social más extendida. El otro recuerdo es el primer mitin al que asistí. Fue en Gijón. Tenía 16 años y fui con mi padre. Al hombre se le saltaban las lágrimas. Allí vi y escuché por primera vez a Felipe González y me fascinó su espectacular potencia de comunicación. Desde entonces le admiro.

El carisma, sí... No es fácil definirlo. Intuyo que el secreto radica en cómo miras a la gente. Antes o después, en la vida, no sólo en la política, la persona, el político, deja traslucir lo que piensa, lo que siente. Entonces se ve si posee o no carisma. ¿Yo? Bueno, hay muchos tipos de carisma. Yo creo que transmito una sensación de gran honestidad y de bonhomía. Ni la crítica más acerada, ni la descalificación más dura que pueda recibir, y eso que a veces te toca hondo, me perturba más de 24 horas. Al día siguiente no conservo el menor atisbo de acidez ni de rencor. Y creo que eso lo transmito.

Sí, sé que hay voces que cada dos por tres insisten en que mi liderazgo no es sólido. Mire, dejémonos de tonterías: en las sociedades democráticas, los liderazgos políticos siempre están sometidos a contraste. Y es bueno que sea así. Mi liderazgo, no es una excepción, ni pretendo ni quiero que lo sea. Por lo demás, desde el relevo generacional que se produjo en el PSOE en el congreso que me eligió secretario general, hemos dado los pasos necesarios para fortalecer el partido y convertirlo de nuevo en una alternativa clara al poder de la derecha. ¿Que a veces hay voces discordantes en el partido? Nuestra organización es democrática y defiende y practica la libertad de expresión. Aquí no hay censura previa, sino debate y decisión democrática. Y, si nos atenemos a los mejores parámetros de la democracia, resulta que yo he sido elegido candidato a la presidencia del Gobierno por unanimidad, lo que prácticamente nunca antes había sucedido en el PSOE.

Recuerdo una conversación que tuve con Felipe después de asumir la dirección del partido. Aprendí mucho, muchísimo en aquella charla de tres horas. Felipe tiene la gran virtud de ver las jugadas mucho antes que la mayoría. Aquel día, insistió mucho en la importancia del liderazgo para llevar un proyecto político a la victoria y en que la capacidad de comunicar confianza a la gente es la base de todo líder. Me dijo: ´José Luis, al cabo, todo proyecto político tiene un rostro, el del cartel´. La capacidad de transmitir confianza no se improvisa ni se inventa. Está en las condiciones de una persona, no se puede fabricar.

El empujón del amigo

¿Pragmático, yo? No, para nada. Sería imposible intentar lo que estoy intentando desde que me lancé a por la secretaría general del PSOE si yo fuera un político pragmático. Al revés: tengo una impronta muy fuerte de utopía y de grandes ambiciones. ¿Sabe qué acabó convenciéndome para dar el salto a la política profesional? Yo era muy joven aún, 26 años tenía y daba clases de Derecho en la Universidad de León. Me gustaba aquel trabajo. El partido me propuso presentarme para diputado. Yo tenía vocación política, claro, pero disfrutaba con la docencia. Fueron días de dudas, de inquietud... Al final, un buen amigo mío, Pedro Cármenes, me dio el empujón definitivo. Qué tristeza, Pedro murió tiempo después. Cuánto me hubiera gustado poder compartir estos momentos con él. Era vicerrector de la Universidad de León. Una noche tuve con él una larga conversación en un pub. Me dijo que en la vida debe haber una porción de aventura y que yo tenía pasión, capacidad de entrega, en fin, unas condiciones para la política que no podía desaprovechar. Aquella misma noche tomé la decisión.

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