Si no quieres taza; tazón y medio. Si no quieres nieve... no vengas. Porque los 104 valdesparteranos de 1º a 3º de la ESO, y sus cinco superprofesores acompañantes, pasaron del temor de no contar con nieve a verse inmersos en un vendaval de copos, deslizamientos, cursillos, arrastres y aventuras por Astún y alrededores. Si el tiempo les era adverso, apretaban los dientes y tiraban para arriba; no estaban dispuestos a dejar pasar oportunidades. Almorzaban después con más apetito y contaban sus hazañas, premiadas con duchas de hotel, coquetos paseos por las calles de la capital jacetana, y camaradería de habitación hasta la hora adecuada... casi siempre.

Andrea Cativilla, alumna de 1º F, dice de su experiencia sobre los esquíes: «Iba muy emocionada porque era la primera vez que iba a esquiar. Parecía una niña de cinco años por la emoción y los magníficos paisajes de montañas nevadas que se podían apreciar desde la ventana del autobús. Además, me tocó en suerte un monitor muy majo llamado Bruno».

Sergio Rubio, del grupo E, afirma: «Lo increíble de esto es que el grupo bajo se ha puesto al nivel del grupo medio. Nos decíamos que la experiencia es tremenda, y no queríamos que terminara nunca». De hecho, Lucas Cedazo asevera: «Los principiantes, aunque ya no éramos tan principiantes, llegamos a practicar en pistas rojas».

Lo cierto es que el balance no puede ser mejor. Esquiamos bien, hicimos frente a las adversidades, lo pasamos en grande y volvimos sanos y salvos (a pesar de algunas leves excepciones, que no dejan de confirmar la regla).

El único día que no pudimos subir a pistas, Conchita, Luis, Iván, Javier y Silvestre nos acompañaron a una guerra de bolas frente a la fortaleza militar, luego a una sesión de patinaje artístico -que disfrutamos en la mítica pista local-, y por la tarde, entre los hielos de Jaca, con mapas y pruebas a superar, nos desafiaron a jugar en una divertida yincana. Los retos se registraban en divertidos selfies para testimoniar que los equipos habíamos llegado a los destinos asignados. Para ello tuvimos que preguntar por las calles y valernos de aparatos y triquiñuelas con los que acelerar el proceso.

Con actividades tan dinámicas, era imposible no pasarlo bien, volver más fuertes, estrechar relaciones de grupo y camaradería con esos responsables que a veces ‘nos tiran de las orejas’ y otras elogian las evoluciones de unos y otros.

El propio Lucas concluye: «El último día fue triste y feliz; por un lado dejábamos la nieve; pero por otro nos reencontrábamos con nuestras familias». Su compañero Sergio Rubio, de 1º E, resume la experiencia en pocas palabras: «Simplemente, genial».