Para empezar este artículo voy a hacerte a ti, querido lector, una pregunta: ¿qué es lo que más haces a lo largo del día? Venga, vamos, piensa: ¿comer?, ¿dormir?, ¿estudiar?... Pues no, ninguna de esas cosas. Lo que más hacemos a lo largo del día es respirar, ese simple gesto de inhalar y exhalar oxígeno es lo que hace que estés vivo.

Vale, ya sé que la cosa parece muy simple, pero es mucho más importante de lo que nos pensamos. Cada vez más los seres humanos vivimos en las grandes ciudades y, por ende, el aire de las mismas debería ser más limpio porque repercute directamente en nuestra salud. Sin embargo, por desgracia la realidad no es esa, ya que los niveles de contaminación ambiental han empeorado una media del 8% en las áreas urbanas de todo el mundo en los últimos años, con claras consecuencias en cuanto a enfermedades y mortalidad en las poblaciones afectadas según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a raíz de un estudio de la base de datos más completa elaborada nunca, con unos 3.000 centros urbanos de entre 9 millones a 20.000 habitantes en 103 países.

Según este informe, más del 80% de las personas que viven en las áreas urbanas analizadas están expuestas a niveles de contaminación que exceden los límites recomendados; haciendo un recuento global se podría decir que más de la mitad de la población urbana vive en ciudades con un nivel de contaminación 2,5 veces mayor al recomendado por la propia OMS y además, se dice que únicamente el 16% de estas personas respira un aire que cumpla con las normas.

Pero, ¿en qué nos afecta todo esto? Bueno, pues está comprobado empíricamente que el impacto de esta situación en la salud humana es directo, ya que el riesgo de derrame cerebral, cardiopatía, cáncer de pulmón y enfermedades respiratorias agudas (como la neumonía) o crónicas (como el asma) aumenta cuanto peor es la calidad del aire.

Además, la OMS atribuye más de 7 millones de muertes al año a la contaminación del aire, causadas principalmente por la elevada concentración de partículas, que además cuanto más pequeñas y finas sean se introducirán con más facilidad en los pulmones y en la corriente sanguínea causando daños en el sistema vascular.

La pregunta del millón ahora es: ¿qué se puede hacer para disminuir esta contaminación? Pues bien, primero hay que entender que la contaminación de las poblaciones urbanas viene motivada principalmente por las emisiones de los vehículos motorizados, la incineración de los deshechos y los sistemas de climatización que funcionan con combustibles fósiles.

Además, en el caso concreto de Europa, hay que sumar el impacto de la agricultura, por el uso de fertilizantes y otros productos químicos en las zonas circundantes de las grandes ciudades. Así que aunque desde nuestra posición no podemos hacer grandes cambios sí que podemos reducir nuestro gasto energético, intentando ir andando a los sitios, usar el transporte público o el simple hecho de reciclar.