La muchedumbre se hace casi ensordecedora dentro de la carpa. De repente, las luces se apagan. Todos los presentes se dirigen hacia el mismo punto: el lugar donde se realizará la función. Una única voz suena como un trueno en la silenciosa oscuridad y presenta el espectáculo.

La música de fondo comienza a sonar, suave, pero con la suficiente potencia como para envolver al público. Una luz centra nuestra atención en el que será el director de la primera escena. En ese mismo instante, te olvidas de la realidad y pasas a flotar en un mundo de fantasía e imaginación.

Los cuerpos se mueven al ritmo de la música. Parece que la actuación no está preparada, que solo se dejan llevar, tomando las posiciones que la música les dicta, y que guían nuestra imaginación. Los intérpretes de la imaginación se colocan en posturas imposibles sin parecer hacer ningún esfuerzo, y pasan de una a otra realizando movimientos no menos bonitos y difíciles.

Pero no solo destacan la música y la compleja coreografía. A toda esta belleza le acompañan una imágenes de fondo siempre en movimiento complementario al de los artistas. Los movimientos más difíciles e importantes son destacados por una fiesta de luces y colores realizada por los focos.

Todo esto, junto con los increíbles trajes y los sonidos de maravillación de los espectadores, convierten a este espectáculo en una delicia para todos los sentidos.

Lo único que puede superar el equilibro de los distintos apartados del espectáculo, es el equilibrio de los propios artistas.