La sentencia del Tribunal Supremo del mes de diciembre que facilita los procedimientos para que las personas trans puedan cambiar de nombre y sexo de manera legal de forma más rápida y eficaz también defiende que se «abandone la consideración de la transexulidad como una patología».

Desde mayo del 2019, la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) define la transexualidad como una condición relacionada con la salud sexual de una persona, en lugar de un trastorno mental y de comportamiento. Sobre la prevalencia de la transexualidad, la mayoría de estudios calcula que es de un caso por cada 1.000 habitantes, aunque pueden ser más ya que muchas personas lo ocultan y nunca hacen pública esta condición.

Según explica la página web de la Asociación Chrisallys España, cuando un bebé nace se le asigna un sexo dependiendo de sus genitales y utilizando como guía las dos combinaciones mayoritarias de la sociedad estadísticamente hablando: hombre o mujer. «Sin embargo, el ser humano es muy diverso y existen muchas otras posibilidades, como las niñas con pene y los niños con vulva. La identidad sexual reside en el cerebro y no es los cromosomas o en la configuración de los órganos reproductores», se detalla en el portal.

Entre los 2 y los 4 años, las personas comenzamos a ser conscientes de nuestra identidad sexual. Los niños y niñas pueden mostrar de forma espontánea que no se sienten de acuerdo con el sexo asignado al nacer.

Se conoce como tránsito social al tiempo en el que las personas trans se abren al mundo, mostrándose públicamente según su sexo sentido. Que se les reconozca por el nombre con el que se identifican, que se les permita vestirse y comportarse de acuerdo a su indentidad de género, es indispensable para su bienestar y autoestima.