Cada 31 de octubre desde hace varios años, Halloween se ha convertido en una fiesta marcada en rojo en el calendario y que, con el paso del tiempo, tiene cada vez más arraigo entre los españoles. De hecho, lo que comenzó siendo una fiesta «de niños» ha dado paso a miles de personas que, en la víspera de Todos los Santos, se disfrazan para dar miedo. Cada cual lo pasa como quiere, de la forma más tradicional que es ir cada por casa diciendo «truco o trato» en busca de caramelos o saliendo por la noche a disfrutar.

El nombre viene de una simple contracción de «All Hallows Eve», que en nuestro idioma se traduce como «víspera de Todos los Santos». Su origen se remonta a hace más de 3.000 años y es una festividad de tradición celta, un pueblo guerrero que habitaba zonas de lo que actualmente es el Reino Unido, Irlanda y Francia. El 31 de octubre celebraban el Samhain, una fiesta pagana en la que los celtas apagaban las luces y esperaban que la muerte no llegara. Además, para ellos, esta fecha era el último día del año, el equivalente actual a Nochevieja. Aunque ahora es mucho más amable con caramelos y buenos ratos, en aquella época los rituales no lo eran tanto.

En el siglo VIII, la Iglesia Católica convirtió el 1 de noviembre en el Día de Todos los Santos para honrar y venerar a todos aquellos, que eran muchos, que no tenían un día propio. En la víspera, durante esa noche, se creía que los espíritus de los difuntos caminaban entre los vivos y se realizaban fiestas y ritos sagrados que incluían la comunicación con los muertos, siendo habitual colocar una vela encendida en las ventanas para que los muertos «encontrasen su camino» de vuelta a casa.

¿Y cómo llegó a Estados Unidos? A mediados del siglo XIX, Irlanda experimentó una devastadora crisis económica y social que se conoció como la Gran Hambruna Irlandesa, algo que provocó que millones de habitantes emigraran a otros países en busca de una vida mejor y de trabajo. Entonces, muchos de ellos se fueron a Estados Unidos y, por la forma de ser y la espectacularidad de su gente, la fiesta tradicionalmente pagana fue derivando poco a poco en lo que es hoy.

Una de las tradiciones más importantes tiene que ver con las calabazas huecas e iluminadas. Su historia viene del folklore irlandés y de Jack, un hombre bebedor, jugador y pecador al que se le apareció Satanás para llevárselo al infierno. Jack le retó a subir a lo alto de un roble y, antes de bajar, éste talló una cruz, dejándole atrapado. Entonces, ambos hicieron un trato por el cuál Satanás no podía tentar con la bebida o el juego a Jack. No pudo entrar en el cielo ni en el infierno y, para compensarle, el diablo le entregó una brasa para iluminar su camino en la noche helada por la que debería vagar hasta el día del Juicio Final. La brasa estaba colocada dentro de una cubeta ahuecada que era un nabo y que tenía que arder por siempre como un farol. Pero en Estados Unidos eran más abundantes las calabazas. Después, en la década de 1930 como alternativa para que hubiera menos vandalismo, en la tradición se introdujeron el «truco o trato» y los caramelos.

En España, cada vez hay más gente que espera con ansia la llegada de Halloween para disfrazarse, bien sea pidiendo caramelos en el caso de los más pequeños o disfrutando con amigos y familiares cuando se es más mayor. De hecho, los disfraces cada vez son más sofisticados y trabajados y se invierten muchas horas de tiempo en dar verdadero pánico. Con paciencia, buenos materiales y mucho maquillaje e imaginación, la gente consigue parecer tuerta o que tiene la piel despegada, dando una sensación muy real. Las temáticas y las posibilidades son infinitas y se logra que las personas den rienda suelta a su creatividad y consigan pasar una noche tan terrorífica y divertida a la vez. Dicho esto… ¿truco o trato?