Y aquí estoy otra vez, es un círculo vicioso, un cuento sin final, una historia interminable que se repite.

Otra vez estoy aquí, intentando nadar en el mar de lágrimas que se derraman por mi rostro, recordándome una vez más que no debí volver a él, todos me advertían de que volvería a suceder, pero estoy en una jaula de cristal aislada de la razón, de la realidad, de mí misma.

Solo tengo un deseo, estar con él, o al menos eso es lo que creo que quiero; es la persona que más daño me ha hecho y me hace, pero también la que más amo. Siento una profunda batalla en mi interior: mi conciencia me insiste en que me aleje, lo olvide, lo borre de mí; contra mi corazón deseando su compañía a gritos.

Empiezan a invadir mi mente todos los buenos momentos junto a él, vuelvo a imaginar sus caricias, sus besos, su sonrisa, sus palabras. Una leve sonrisa se dibuja en mi rostro conforme voy recordando. Las tardes en su casa viendo Netflix, los paseos por los acantilados, las noches de pasión, momentos que me llenaron plenamente el alma de felicidad, y que jamás olvidaré.

De repente, todas esas imágenes se borran de mi mente y comienzo a recordar todas las discusiones; siempre a raíz de tonterías, tonterías que van en crescendo, que se van haciendo más grandes cada minuto que pasa, formando una granada que acaba explotando, unido a un sinfín de gritos, insultos, y violencia verbal, a veces también física.

Al recordar esto último estallo por completo, mi mar se transforma en un océano infinito, acompañado de mi llanto desolado como banda sonora.

Pasan las horas, hasta que decido poner fin a esto, para siempre; me prometo a mí misma no volver a llorar por alguien que nunca me ha querido, porque quien te quiere no te hace daño. He oído alguna vez aquello de: «antes de amar hay que amarse a uno mismo», creo que no puedo estar más de acuerdo, no hay amor más importante que el propio, y nadie debe condicionar el estado de ánimo de otro.

No tendré su amor, pero tendré el mío, y ese no me lo va a quitar nadie.