Era un domingo por la mañana normal, pero cuando abrí la puerta la cerré de golpe. Un ojo serpentino de unos dos metros de largo me observaba. Salí por la ventana. ¡Dáidagos sabía dónde estaba!

En ese momento, se alzó ante mí una figura escamosa y grande de unos 50 metros de largo. Su garganta rocosa emitía un intenso color llamarada. Sabía lo que eso significaba: Salí corriendo de allí hacia el bosque de mi ciudad, el bosque de Farone.

Pero, volviéndome, vi una silueta oscura, de la misma envergadura, pero emitía un color azul celeste y era de un color carbonizado. Atacó al otro dragón. Y yo sabía a qué daría comienzo: Al Apocalipsis.