Vivimos tiempos turbulentos: tensiones, rumores, noticias, cotilleos, tweets de uno y otro palo...

Quién nos iba a decir, hace sólo unos meses, que respirar aire puro en el parque Grande, con los brazos sobre los hombros de los amigos, de las amigas... que asistir a clase todos los días iba a ser un privilegio; que subir en ascensor con un vecino tendría sus riesgos.

Tiempos de cólera, vacas flacas, plagas, crisis, amenazas. Tiempos difíciles, que pensábamos sólo se reservaban para nuestros antepasados, expuestos a enfermedades sin el remedio de una medicina básica --de vacunas preventivas, penicilina, quirófano --, entregados a guerras continuas en las que jugarse el cuello a diario, la persecución por motivos de ideología, sexo, religión, etc.

Los riesgos de nuestra pandemia quizá estén maquillados por las buenas artes de la estética, la suavidad de los medios de comunicación --que nos evitan imágenes descarnadas--, por esa vida un poco puertas adentro que nos hemos ido construyendo parapetados en viviendas calientes y tecnologías hipnotizadoras.

Pero hay una realidad que se hace palpable cada día: hoy una nueva prioridad en los centros escolares es el cumplimiento (restrictivo, disciplinario, riguroso) de las medidas frente al covid. Esta circunstancia, que apela a nuestra responsabilidad y se hace presente en cada minuto, en cada acción, en cada intercambio; en la convivencia entera… es un ataque a nuestra manera de entender la vida, los afectos, y también a la forma de enseñar y aprender en clase. Los colegios, los institutos pueden parecer cuarteles, con el alumnado enmascarado, alineados a distancia unos de otros, sin posibilidad de rozarnos.

Malos tiempos para las muestras de cariño, incluso para la sonrisa. Difícil mantener la tensión, durante esos días impares en que los mayores de 14 no pueden asistir a clase.

Pero entre todos hemos de conseguirlo. Nuestros abuelos convivieron con circunstancias a menudo más duras. Y no hay mal que cien años dure.

En el instituto lo tenemos claro: «Volveremos». Volveremos a jugar sin evitar el contacto, volveremos a visitar a los ancianos de la residencia del barrio y a abrazarlos, volveremos a hacer mariposas con las mascarillas, hoy testimonio de un tiempo oscuro que tarde o temprano habrá de pasar.

Leamos mucho. Comuniquémonos como nos sea posible. Aprendamos a convivir y encontrar respuestas en aquellos momentos de soledad impuesta. Luchemos. Vivamos bajo este aguacero con la cabeza lo más alta posible... y algún día --ojalá pronto-- llegará la primavera. Saldrá el sol por Antequera. Disfrutaremos de unos buenos resultados. Y saborearemos las mieles del abrazo, la fiesta ¡y hasta del trabajo en equipo!