Con el frío instalado en Zaragoza (cierzo, agua, nieblas de invierno), el Departamento de Lengua del instituto Valdespartera se lío la manta a la cabeza y decidió organizar unas jornadas de locura: los más de 150 alumnos de primero iríamos visitando, en jornadas diversas, la biblioteca de la DPZ (oculto depósito de más de mil y un cuentos, pergaminos y maravillosos incunables); la plaza del Pilar (de la que aprenderíamos secretos a voces, a través de una yincana que nos obligaba a entrevistar a turistas y paisanos que allí se daban cita); así como la fundación CAI y su Centro Joaquín Roncal, donde al grito de ábrete sésamo se nos abrieron las puertas de sus tesoros culturales: una exposición de fotografía de la ONG Kumara, guiada por sus infatigables trabajadoras, y la tienda de comercio justo con la que nos transportamos, como si de una alfombra mágica se tratara, a los confines en vías de desarrollo del Planeta azul.

A Luna, que terminaría comprando chocolatinas solidarias, le encantó la experiencia: «Empezando por la aventura del viaje en el tranvía. Ya en la biblioteca Ildefonso Manuel Gil, estaba impaciente por que llegara el momento en que Sandra, la responsable, nos permitiera acariciar los viejos libros, que por cierto eran chulísimos: lo digo porque me encantan las joyas de la antigüedad. La yincana también me gustó mucho, porque pude superar un poco de la vergüenza que, aunque no lo parezca, tengo. Sin embargo, pregunté incluso a unos agentes de policía, y mi grupo y yo fuimos de los primeros en completar las pruebas».

Además, continúa la alumna, «la charla de Montse y Ana sobre la infancia en la India fue super emotiva y gustó muchísimo. Nos pareció increíble todo lo que han visto y vivido para ser contado. Aprendí mucho y lo explicaron genial. Me gustaría aprender más de aquella cultura».

Lo que me pareció más curioso, dice Samantha Galeano, fue que en «algunos lugares del mundo hay lugares apartados para algunos grupos específicos de personas; para los leprosos una, para las viudas otra…».

Álvaro, por su parte, disfrutó tanto que «el único lunar fue que, al regresar rápidamente en tranvía, aún quedó tiempo para trabajar matemáticas».