Estamos en algún lugar en lo más hondo del mar. No recordamos nada, solo que estamos aquí retenidos. Llevamos una existencia carente de sentido, deambulamos de aquí para allá siguiendo el flujo de las corrientes. Es tedioso moverse, cuesta mucho caminar, arrastras los pies al hacerlo y te sientes torpe.

De vez en cuando desciende una nueva persona. No merece la pena preguntarle nada sobre por qué estamos aquí, qué hay arriba en la superficie o si hay alguna manera de salir de aquí ya que no recuerda nada.

Los más esperanzados y optimistas buscan una forma de ascender a la superficie. Suelen ir al acantilado e intentan subir agarrándose a las rocas. Pero siempre acaban cayendo, el lastre que arrastran les impide subir. Es como si la gravedad se incrementara al estar aquí abajo.

Conforme va pasando el tiempo las esperanzas se marchitan porque eres consciente de que en un determinado momento, el aire se te acabará, y morirás. A veces, alguien se queda como una marioneta a la que han cortado los hilos, siguiendo el vaivén de las corrientes submarinas. Entonces sabes que se le ha acabado el aire.

Me gustaría poder subir y librarme de esta desconocida carga; flotar y fluir. Me gustaría que mi vida no dependiera del aire que queda en mis pulmones. He estado un buen rato pensando y cavilando con la cabeza gacha, mientras me observaba los pies. Cuando, de repente, se ha apoderado de mí un sentimiento especial de optimismo. Siento que podría estar cerca de la solución del problema. Pero no sé cuál es esa solución, solo la siento. No soy capaz ni siquiera de visualizarla mediante un pensamiento. Me siento impotente y esperanzado a la vez.

Otro día, vagando por el fondo del mar como es costumbre, me tropiezo con un pedrusco cubierto de corales y caigo en la cuenta de que la incomodidad proviene de llevar estas botas tan grandes y pesadas; te tropiezas con cualquier cosa. Entonces dentro de mí se despierta una luz que me recuerda aquel sentimiento que tenía, que no sabía reflejar en mi cabeza y ahora sí lo puedo visualizar: ¡El problema son las botas! Todos cuando llegamos aquí llevamos estas botas tan pesadas. ¡Ese es el lastre, esa gravedad adicional que nos tiene a todos anclados al suelo! Por eso, los que intentan escalar en el acantilado siempre caen. Por eso, cuando nos movemos nos sentimos tan torpes. Por eso, cuando estaba mirándome las botas sentía esa sensación de saber el qué, pero no el cómo expresarlo.

Me agacho y me desato las botas, las miro y poco a poco saco los pies. Es maravilloso. Me siento eufórico, siento como lentamente voy flotando y ascendiendo. Al apreciar más luz entiendo que estoy llegando a la superficie, veo como los rayos de sol pasan a través del agua dejando una cortina de esplendor. Y cuando emerjo mis pulmones se hinchan inhalando todo el aire que son capaces.

Una vez en la superficie pienso en los otros que están ahí abajo intentando desesperadamente librarse de sus botas, pero sin saber que son ellas lo que les impide subir. Espero que al ver las mías abandonadas allí abajo, comprendan qué es lo que les impide ser libres.