A mediados del siglo XVIII, unos marqueses de Saint Lary decidieron pasar unos días de otoño en un palacio del hermoso pueblo del Pueyo de Jaca, en Huesca. Cuenta la leyenda que estos marqueses tenían dos hijos pequeños llamados Úrbez y Victorián, los cuales eran cuidados por una instituriz llamada Celina, a la que le gustaba leer y tocar el piano; su pieza musical favorita era La Pavana, de Ravel.

Un día de otoño, el día de Todos los Santos, la joven muchacha salió a pasear con los niños a los lardedores del río Gállego. Celina, cansada de tanto caminar, decidió sentarse junto a un árbol y disfrutar de su lectura. Tan centrada en su libro, se olvidó por un momento de los niños.

Al levantar la vista, vio cómo el carrito se abalanzaba sobre las aguas del río Gállego. Celina, sin pensárselo dos veces, se lanzó al agua para rescatar a Úrbes y Victorián, pero las caudalosas aguas también se la llevaron.

Pasaron los días y un viejo pescador encontró los cuerpos sin vida de los dos niños y de la muchacha. Los marqueses, después de esta terrible desgracia y al no encontrar consuelo, cerraron la casa para no volver nunca más.

Los habitantes de El Pueyo de Jaca cuentan que quienes se acercan al palacete por la noche pueden oír los lamentos de una mujer. Dicen que son de Celina, condenada a vagar por la casa. En otras ocasiones, se oye una triste melodía que proviene de un piano que hay dentro del palacete, en el que la niñera tocaba la canción que le enseñó su padre: La Pavana, de Ravel.

Hoy en día, el palacio es un albergue juvenil, pero todavía conserva sus suelos de madera y, de vez en cuando, en mitad de la noche, se oye el crujir de unos siniestros pasos y una lejana melodía...