-Nieto, nieto, ¿puedes venir un momento, por favor?

-Abuelo, ya te he dicho que no me gusta que me llames nieto.

-Aish, perdón, Max, me sale solo.

-Bueno, da igual, no importa, ¿Qué es lo que quieres?

-Ven ven, siéntate, te voy a contar una historia de cuando tenía más o menos tu edad.

-Vale, abuelo, pero no tardes mucho que tengo prisa.

-Estos muchachos de hoy en día, siempre con sus prisas, tranquilo que tardo poco, pero...

-¿Pero qué abuelo?

-Pero empezaré por el principio.

Desde pequeñito, tenía un grupo de amigos, pero nos separamos hace tiempo. Hace unos años, cuando cada uno decidimos irnos por nuestra cuenta. Nos hacíamos llamar Los cuatro amigos, jajajaja... Puede que no sea muy original, pero nos gustaba mucho.

Todo empezó cuando teníamos dos años, bueno, ellos tenían dos, y yo cuatro. Nuestras madres eran amigas, y nos veíamos mucho. Al principio yo no estaba muy contento con ellos, pues me aburría con unos bebés.

-Te entiendo abuelo, me pasa lo mismo con mi hermana pequeña, ella solo quiere jugar con las muñecas, hacer fiesta de té, jugar con la comida, y lo peor de todo ¡maquillarme con sus pinturas!

-Jaja, bueno continuo, ¿por dónde iba?

-Porque eran unos bebes y te aburrías.

-Veo que prestas atención.

-La verdad no creo que vaya a ser muy interesante, pero me dan ganas de saber cómo continua.

-Me alegra saber que todavía te interesan las historias que te cuento.

Bueno... Me aburría con unos bebés, pero el fallecimiento de mi madre, o sea de tu bisabuela, cuando yo tenía tan salo ocho años, hizo que me gustase ir con ellos, ya que solo podía contar y confiar en ellos, porque al resto de niños no les agradaba mi presencia.

-Son unos tontos, no sabían lo que se perdían.

-Eso pensaba yo. Entre nosotros nos defendíamos, nos lo contábamos todo, hacíamos cosas de mejores amigos. Íbamos mucho juntos y eso hacía que nos llamaran, pero como nos daba igual, se picaban, y se enfadaban más, pero ya nos dejaban en paz. Y ese fue el motivo por el que no íbamos con nadie más, y lo raro es que no nos cansábamos los unos de los otros, a pesar de estar todo el día juntos.

Los años pasaban, ellos ya tenían doce, y yo, catorce años. Un día, con mi amigo Andrés García, un chico de estatura mediana, pelo castaño, ojos negros y muy agradecido, encontramos...

-¡Espera abuelo!

-¿Qué pasa?

-Y, ¿cómo eras de joven?

-Ah, ¿solo es eso? Pues era un chico alto, pelirrojo, con tupé y gafas, delgado, y la verdad con cara de poco amigos.

-Ahora sé de dónde he sacado ese físico tan distinto del resto, ya puedes continuar con lo que estabas contando.

-Encontramos un cartel que ponía: ¿Te gusta la Luna? ¿Te gustaría verla más grande de lo habitual? ¿Más colorida? ¡Pues no te pierdas la Super Luna Roja, solo el 27 de febrero, en exclusiva! Después de eso, fuimos a buscar al resto del grupo. Las únicas chicas eran Leticia y Rebeca Pérez. Rebeca era de pelo castaño, largo y liso, y Leticia, de pelo rubio oscuro y ondulado. Las dos de ojos azules y eran muy divertidas, al menos para nosotros.

Ya una vez todos reunidos, fuimos a nuestra caseta a las afueras del pueblo, donde íbamos cuando nos aburríamos, para estar juntos o simplemente para informar como en este caso, ya que no existía el wasa.... ese.

-Jajajaja. Se llama Whatsapp, abuelo.

-Bueno, pues eso. Cuando llegamos Andrés y yo les contamos a las hermanas lo que habíamos visto a todos nos encantaba la luna, y al menos a mí me sigue gustando: las estrellas, los planetas, el universo conjunto... nos daba la sensación de que, había un mundo paralelo al nuestro, e imaginar eso juntos, nos entretenía.

Lo que no sabíamos era que lo que deseásemos o dijésemos, o por ejemplo dijéramos ojalá no sé qué y no sé cuántas, se cumpliría, aunque no quisiéramos que en verdad se cumpliese. Era una especie de embrujo que solo nos hechizaba a nosotros y pasaba solo esa especial y magnífica noche. Estábamos impacientes por que llegara ese día, el tiempo se nos pasaba eterno. Uno de esos días, Juan, Esmeralda y Matilde, los más populares del curso, decidieron hacerle una broma que les pareció muy chistosa, a Rebeca en medio de clase.

Esperaron al mejor momento, justo antes de que viniera el profesor, pero después de que llegasen todos los alumnos, y pusieron un video de ella muy vergonzoso de cuando era pequeña. Antes de acabar, Andrés quitó el video, y por suerte, no se vio lo peor, pero seguramente, Rebeca sintió mucha vergüenza. Y decidió chivarse, pero pensó que si lo hacía, todavía se meterían más con ella, y al final no lo hizo.

Al día siguiente, sábado, ya era la noche que tanto esperábamos. Fuimos a la caseta con una pizzas muy ricas y unos refrescos para cenar. También un telescopio para ver la Luna mejor -pero no era necesario, por que como ponía en el cartel, la luna era enorme- y una manta, por si refrescaba. Cenamos muy tranquilos, porque la luna se vería sobre las once, y entonces Leticia comentó:

-Ojalá hubiéramos traído chocolate.- Todos nos reímos, entonces apareció el chocolate que tanto quería.

-Nos quedamos en plan ¡Wow!

-Chicos, creo que mi madre me contó cuando era pequeño algo sobre esto -respondí-. Se trataba de una leyenda.

-Y les empecé a explicar todo.

Un tiempo después de contemplar el cielo, y el firmamento, con la luna de protagonista, ya se nos había olvidado la historia de los deseos, y dijo Rebeca:

-Ojalá ahora nos transportáramos a un universo paralelo o algo así, ¿no os gustaría?

-¡Siiii!- gritamos todos.

Como estarás pensando, sí, aparecimos en otro mundo, un mundo que nadie nunca jamás en la historia de la humanidad, había visto antes.

-¿Enserio?

-Sí, sí, de verdad.

-¡Qué guay! Yo también quiero verlo.

Algún día entenderás que no puedes ir al universo paralelo.

-¿Por qué abuelo?

-Jajaja, ya te lo explicaré más adelante.

-¡Vale!

-Teníamos muchas preguntas, una de ellas era que donde leñes estábamos, pero no las dijimos, porque no queríamos interrumpir el maravilloso solo de violín que tocaba una especie de vaca rara.

-Pero, abuelo, ¿qué es una vaca?