Entonces sentí una fuerte ráfaga de aire frío. No tengas miedo, me dice mamá mientras me recoge entre sus brazos fuertemente. Ella sonríe intentando disimular lo que por sus brazos temblorosos yo sentía. Intenté, en vano, cerrar los ojos, con el objetivo de despejar mi mente de esta barcucha de nueve metros cuadrados de roble, que la mar hace mover de lado a lado. No sé dónde quedó mi padre. Tampoco mis hermanos. Mamá me decía que éramos afortunados, mientras observábamos cómo los guardacostas se acercaban en aquellas lanchas con banderas azules y blancas.