Érase una vez en un país muy diferente al nuestro, eran todos círculos, cuadrados, triángulos, rectángulos, trapecios... El rey Óvalo, por Navidad, puso un árbol en el centro de la plaza para que todos los habitante lo disfruten. Pero al árbol, le faltaba algo, lo más importante, lo que les daba espíritu navideño a todos los habitantes del país de la geometría: la estrella de oro.

El rey mandó conseguirla a su fiel compañero, el triángulo escaleno, con su ejército de triángulos isósceles. El rey les dijo que tendrían que pasar entre las dos colinas redondas, donde encontraría un duende hexagonal. Después de haber pasado esta prueba tendrán que escalar la montaña triangular y allí arriba encontrar un dragón hecho con un rectángulo, un círculo y un trapecio, protegiendo la estrella que necesitan.

Los triángulos se pusieron en marcha y llegaron a las colinas. Allí, el duende hexagonal les lanzó un acertijo: «Aliméntame y viviré, dame agua y moriré. ¿Quién soy?» A los triángulos le costó mucho adivinarlo, pero al final lo consiguieron, ¡era el fuego! Cuando lo acertaron, el duende hexagonal les dejó pasar por las colinas redondas. No todos consiguieron llegar arriba; los que lo consiguieron, lucharon contra el dragón. Dos triángulos acabaron en su estómago y cinco chamuscados. Cuando acabaron con él, cogieron la estrella de oro y volvieron al reino de la geometría. El rey colocó la estrella en el árbol, y las casas se llenaron de luces y regalos. El rey Óvalo dio por comenzada la Navidad y todos los ciudadanos se fueron a celebrar.