Entré en casa. Todo estaba apagado. La luna se reflejaba en el espejo de la entrada. Era un 24 de noviembre, el día que hacía treinta años había nacido. Un recuerdo amargo apareció en mi mente, también hacía un año desde que no era la misma. Encendí la luz del salón y... ¡Sorpresa! Todos mis amigos salieron de sitios recónditos de la estancia. Mil y una felicitaciones retumbaban en mi cabeza a la vez que doscientas imágenes del pasado corrían por mi cerebro como si de un tren se tratase. Acabó la fiesta. Se soplaron las velas. Me dirigía feliz a mi dormitorio cuando de repente todo se nubló. Cerré los ojos un instante. Mi hermana destrozada en el suelo, cientos de mechones tapizaban la madera. Sangre, arañazos, mucha sangre, lágrimas y... ella. Tan pálida como la nieve recién caída y tan apagada como el trino de los pájaros tristes. Acabo de abrir los ojos. Todo está igual, sin embargo, mi vista sigue nublada. Vivo en una eterna niebla.

(Trabajo ganador del Concurso de Microrrelatos contra la Violencia de Género)