REY: Nada más despertarme me coloco la corona, me gusta sentir el poder y orgullo que me transmite como si fuese el primer día, aunque lo recuerdo muy lejano. Mis pensamientos son interrumpidos por unos golpes en la puerta. Doy el permiso de entrada y de reojo noto la tímida sombra de mi sirviente (del cual no recuerdo el nombre) asomándose tras la puerta. Una vez dentro, espero a que cierre y con voz firme e imperiosa le reprendo por no traerme el desayuno, tal y como le ordené la noche anterior. Este tipo de fallos no los tolero entre mi servidumbre, y como rey que soy debería mandarlo castigar con cinco latigazos. Con semblante serio, mi sirviente abandona la habitación y dedico un momento a intentar recordar su historial. No recuerdo mucho su pasado, creo que empezó con mi padre, o tal vez al mismo tiempo que mi coronación.

CAMPESINO: Me indigna el escuchar a mi señor que no recuerde cuándo comencé a servirle. Empecé cuando todavía reinaba su padre. Y se supo mi nombre desde un principio, Dobromil. Me lo puso mi madre, en honor a mi padre, quien fue un simple mozo de cuadras que ascendió a caballerizo mayor. Me contó que sacrificó su vida salvando la de un hombre. Como no le conocí, lo que sé se basa en lo que mi madre me contaba. Ahora los dos están muertos. Me parece injusto que mueran personas tan dignas, cuando individuos con sentimientos contrarios siguen vagando sin recibir castigo.

Distraído con mis pensamientos, el camino hacia la habitación donde recibiré mi castigo se me hace corto. Pero estaré firme.

REY: Ha pasado una semana, y noto más eficiente a mi sirviente en sus tareas. Distraigo la mañana leyendo el informe que me proporciona un legislador sobre el estado moral de la plebe. Noto el descontento general y sospecho una rebelión inminente. Intento anticiparme y redacto un decreto: «Aquel que ose profesar calumnias contra la corona será conducido a las mazmorras y, si hubiese reincidencia en los falsos testimonios, se procederá a la ejecución inmediata del falso predicador».

CAMPESINO: Salgo de la posada con temor a lo que se comenta acerca del nuevo decreto. Me parece algo tirano, pero la lealtad hacia mi rey debe ser absoluta en todo momento, porque sé cuál es mi lugar. Me limitaré a esperar un tiempo y ver a qué llega cuando entre en vigor.

REY: El pueblo no responde como yo esperaba. Según los últimos informes, conspiran contra mí. La situación no me deja dormir, y por temor a perder el poder que tanto aprecio, hago caso omiso de mis consejeros y decido afianzar mi poder llamando al ejército y enviándolo a diferentes puntos donde se den indicios de grupos armados.

CAMPESINO: La situación entre el rey y el pueblo se encuentra al borde de la ruptura y se sostiene por el miedo. Ver campos y aldeas asoladas por el ejército me lleva a pensar que no es hogar para mi mujer y mi hijo. Esta semana haré lo posible para que salgan del reino. Mientras, permaneceré con el rey. Lo noto apagado, y cada día la mecha de su vida se va consumiendo más. Reuní valor y se lo confesé, y para sorpresa mía actuó diferente a como imaginé. Respiró profundo y su última palabra fue lo que sería mi última orden: «Sal».

REY: Doy la orden tosca y tajante, puesto que por primera vez las palabras de aquel sublevado me han hecho reflexionar y con esto darme cuenta de lo mal que me encuentro internamente. Siento rabia y a la vez miedo. Empiezo a sentir frío, me miro al espejo y observo mi figura encogida y débil que poco a poco se ve ensombrecida por una figura en un costado de la cama. No distingo claramente su rostro, el pánico repentino no me deja formular palabra, se inclina hacia mí y con voz fría me dice quién es, y sin emoción alguna me confiesa que este será mi último día. Con tranquilidad me tomo un momento para asimilarlo, y en un frenético deseo de seguir viviendo, pido clemencia y le propongo que se lleve a mi sirviente. Sabía de su lealtad férrea hacia mí, además, yo soy un rey y él, un simple plebeyo algo insignificante; tengo poder, responsabilidades, no puedo morir tan joven. La Muerte, tan solemne como antes, me aclara que su veredicto es igual para todos, y a mi sirviente lo visitará en otro momento.

El rey, a pesar de encontrase a las puertas de la muerte, siguió reprochándole a la Muerte que no tuviera en cuenta que es diferente al resto. Al final del día, se recostó y expiró su último aliento.