Una cuestión de educación

Noelia Miedes. 2º de Bachillerato IES Francés de Aranda (Teruel)

Los más atrevidos dirán que la educación actual es aburrida, carente de eficiencia y muy vasta a la hora del aprendizaje. El alumno asiste a clases y mediante un libro, un par de fotocopias o unos apuntes, sigue una lección que después estudia en casa de memoria y más tarde «vomita» en un examen, para que el profesor que corrige esa prueba puntúe al alumno del cero al diez, según haya o no entendido los contenidos. Sin embargo, esto no califica si el alumno realmente los ha llegado a comprender, porque las preguntas del examen son epígrafes del libro en los cuales se debe poner lo que se ha memorizado o entendido de ese punto.

En este sentido, creo que la educación nos enseñan a ser impresoras. Puedes o no haber entendido el tema pero si se pone tal y como está en el libro, no habrá ningún problema en aprobar el examen.

Básicamente, con este método se premia a quienes saben memorizar, porque no existe ninguna pregunta de comprensión como tal que demuestre que el alumno ha llegado a una conclusión y lo ha entendido realmente.

Bien, con esto en mente, es muy posible que hayáis escuchado numerosas quejas acerca de este sistema, pero el tema siempre finaliza con un «es que es así», «tenéis que acostumbraros», «no queda otra», normalmente por parte del profesor. Lo que más me llama la atención es que, si de verdad alzas la voz para que alguien te escuche, rápidamente eres censurado por quien sea la autoridad en ese momento, y es entonces cuando claramente es evidente que hay un problema.

Se está intentando normalizar esta actitud de estrés, de retención de datos sin sentido y la omisión de desacuerdo frente a esto. Por suerte, existen profesores que discrepan sobre este sistema mediante el cual se intenta formar a los jóvenes, no obstante ellos mismos afirman que no pueden hacer nada, que ese es el programa impuesto que deben seguir.

¿El cambio proviene entonces de las personas con un mayor cargo? Sí, pero quizás no les interesa que este sistema cambie. Al estar formando, o mejor dicho «programando», a personas para que sean máquinas inmediatas de datos y conceptos, y no personas curiosas y con capacidad crítica, los individuos que llegan a estos puestos de altos cargos educados mediante este sistema, no se cuestionan qué otro método puede funcionar, simplemente están convencidos de que no hay otro mejor que el que existe, por lo que ineludiblemente llegamos a una paradoja. ¿El cambio debe empezar desde arriba o por el contrario desde abajo?

Está claro es que la educación es la base de todo, y sin ella no podemos exigir que se den cambios en los demás aspectos relacionados con la política, la economía o la cultura y valores de la sociedad.