Ahora que la primavera se intuye en el brillo del sol, en el cristal de los charcos. Ahora que los rayos se van colando por las ventanas, y la luz quiere ganar a la sombra, recordamos con nostalgia una experiencia única en la vida de un instituto. Nos presentamos: fuimos alumnos de 4º agrupado del IES Valdespartera. Han pasado unos meses, pero es buen momento para recordarlo.

Algunos jóvenes del instituto terminábamos un ciclo (hoy ya estamos inmersos en nuestros grados medios de automoción, electricidad..., y algunos trabajos). Decidimos montar nuestro propio viaje de estudios de fin de curso y, capitaneados por un profesor de ámbito lingüístico y social, junto a un portento de la educación física en excedencia, nos fuimos a vivir unos días en plena naturaleza. Nuestro destino: las fuentes del Ebro, lo que nos permitiría montar a diario rutas por el pico de Tres Mares, travesías por el Parque Nacional del Saja-Besaya, paseos por Campoo -con su abanico de cascadas y pozas salvajes, que nos convirtieron en tarzanes durante unos días.

Una persona importante del reducido grupo fue una compañera que había dejado Francia para conocer Estados Unidos, y luego España, en un proyecto académico. Así valoró Justine aquellos días de convivencia, en los que nos lavábamos la ropa, limpiábamos las habitaciones, compartíamos los momentos de compra y cocina; un proyecto, en definitiva, de educación integral como nunca antes habíamos conocido: «Me encantó montar a caballo entre bosques, pero también tumbarnos en la hierba durante la noche para ver lluvias de estrellas».

El lunes empezamos a subir por la montaña. Después de dos horas encontramos un río con una fuente increíble, como un miniparaíso. Nos bañamos un rato y después volvimos al camping para comer. Se trataba de un alquiler gratuito; pues el complejo ‘Puente Romano’ de Riaño quiso colaborar para que el sueño saliera adelante. Lo que me gustaba en las comidas es que todo el grupo estaba unido. Siempre cambiábamos entre los que trabajaban y los que disfrutaban. No tuvimos que decir a nadie de hacer algo, porque todos lo hacían naturalmente. Justo después estuvimos en el nacimiento del río Ebro, en un bosque denso y húmedo. Me encantó el lugar por el aire misterioso de leyenda que lo envolvía. Por la noche jugábamos al ‘Uno’ y, aunque presumía de imbatible, me reventó Andrea.

El martes por la mañana nos tuvimos que preparar para una excursión más dura. Bajamos durante tres horas por un sendero que atravesaba pastos llenos de vacas y caballos, bosques muy verdes, para acabar en un pequeño pueblo (Bárcena Mayor). Un lugar mágico; con casas de piedras y flores. Después de comer fuimos a bañarnos en el río del pueblo, y me dormí sobre una piedra. El miércoles por la mañana me despertó Jaime sobre las seis para acometer la última excursión. Merecía la pena. Subimos por una estación de esquí (Alto Campoo) hasta el punto más alto de la montaña: había una vista magnífica desde su balcón. Estuve muy triste cuando acabó la experiencia, porque tuvo una importancia enorme para mí: encontré personas geniales que nunca olvidaré. Además, me encanta andar por el monte desde pequeña, y nunca había estado allí.

Como en un videojuego, durante mucho tiempo vas a luchar y trabajar para ganar puntos y subir hasta otro nivel. Pero sólo cuando has pasado este nivel, te fijas en todo el camino que has recorrido y desbloqueas nuevos personajes o lo que sea. Me ha pasado eso con mi viaje. Estuve viajando, aprendiendo y cambiando todo el año sin darme cuenta, y esta excursión ha sido la última experiencia para el «cambio de nivel». Me fijo en que he crecido de una manera que no me imaginaba.